The Revenant (2015)

This film deserves to be watched in a temple

–Alejandro González Iñárritu, sobre The Revenant

Muchas veces criticado por sus polémicas declaraciones, realizadas casi siempre desde las antípodas de la humildad, el director Alejandro González Iñárritu se ha convertido –le pese a quien le pese– en uno de los grandes referentes cinematográficos del siglo XXI. Fuerte candidato a inaugurar la hazaña de adjudicarse por segunda vez consecutiva el Oscar a mejor director, el mexicano consiguió financiar su primera superproducción gracias al apabullante éxito de Birdman, ese falso pero encantador plano secuencia que revivió a Michael Keaton y consagró a Emmanuel Lubezki como uno de los fotógrafos más brillantes de su generación.

Alejada de su antecesora en historia, presupuesto y estilo narrativo, The Revenant se inspira en la historia del explorador norteamericano Hugh Glass, cazador y traficante de pieles, quien a finales del siglo XIX fue abandonado moribundo por los miembros de su expedición tras haber sido atacado por un oso Grizzly, sobreviviendo milagrosamente y buscando posteriormente venganza contra aquellos que lo dieron por muerto.

La historia, que ya había sido contada en el filme de 1971 Man in the Wilderness protagonizado por Richard Harris es retomada por Iñárritu y Lubezki en la forma de una pantagruélica alegoría de la violenta lucha del individuo –no del hombre como especie contra la naturaleza. Despojado de la ventaja que le proporciona formar parte de un colectivo social, el hombre, aislado e inserto en un entorno profundamente hostil, se ve obligado a refugiarse en el instinto. La lucha intelectual se reduce a la toma inmediata de decisiones, y al no haber otro plan a futuro que el de sobrevivir una hora más, el ser humano termina por desaparecer en un amasijo de carne que responde y vibra al ritmo del instinto, del miedo y de la furia involucrada en el acto de la supervivencia.

Es por lo anterior entendible que el retrato de Glass se haga desde una absoluta visceralidad, eliminándose los diálogos casi por completo y concentrándose la mayor parte del metraje en la lucha del cuerpo más que en la de la mente. Dicha elección narrativa funciona como una espectacular máquina de relojería en la primera mitad del filme, regalándole al espectador secuencias de un virtuosismo estético apabullante; batallas filmadas en clave de ballet demencial; y cadenas de instantes en los que uno sólo puede preguntarse “¿cómo demonios filmaron eso?”. Sin embargo, el ritmo narrativo comienza a flaquear cuando Iñárritu se rehúsa a hacer una película completamente visceral y surgen, desde la neblinosa memoria del protagonista, recuerdos de su familia y de los agravios cometidos contra asentamientos indígenas –inserte imágenes de villas quemadas y niños llorosos con diálogos infames, condescendientes y aleccionadores dando al filme un giro cursi y superficial sobre los abusos cometidos por el hombre blanco contra las tribus norteamericanas.

Alaridos, gruñidos e ingesta de carne cruda son las cartas que Leonardo DiCaprio esgrime para convencer al espectador de su intolerable sufrimiento a lo largo de las más de dos horas de metraje, cartas que probable –e irónicamente dada la clara superioridad de otros roles por los que fue previamente ignorado– lo harán acreedor por primera vez al máximo galardón interpretativo del año. La desmesurada actuación de DiCaprio ve su contraparte en el papel del verdugo: un Tom Hardy de voz alienígena y cuerpo de toro, que utiliza su poderío físico para dotar a su personaje de una animalidad encomiable.

Sin embargo, el verdadero protagonista de The Revenant, y su mayor acierto, es la naturaleza congelada, árida y profundamente hostil, que Lubezki retrata sin la ayuda de iluminación artificial, disponiendo todo el elenco de apenas un par de horas al día para filmar esa luz natural que hace que The Revenant posea la alucinante calidad visual que pocos podrán poner en duda.

Lubezki se alza finalmente como el único engranaje de la maquinaria comandada por Iñárritu que sigue creciendo y empujando –con inteligencia técnica y sensibilidad emocional– las fronteras de su disciplina artística. El resto de los participantes dan un paso atrás. Sin embargo, ese paso atrás quizás sea lo suficientemente pequeño como para ganarlo todo.

Nota al pie: No comprendo la emoción desbordada por la secuencia del oso: portento técnico que, aunque notable, palidece ante otras secuencias del filme.

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