El hombre moderno, a lo largo de su efímero paso por la tierra, disfruta plantearse constantemente el objetivo falaz de la libertad absoluta. Esta noción, que a final de cuentas resulta prácticamente inconcebible y formalmente inexplicable, es el motor principales que impulsa a una facción de la humanidad incapaz de percibir que, en realidad, su vida no quedará determinada por la efervescencia de la libertad pasional, sino por el constante control de todos y cada uno de sus impulsos.
Es esa represión cotidiana del instinto animal, el cual forma parte indeleble de nuestra personalidad y continúa férreamente implantado en nosotros a pesar de milenios de evolución intelectual, el tema central del nuevo ensayo estilístico y sociológico de Paul Thomas Anderson, director que con tan sólo seis películas en su historial, se ha convertido en uno de los referentes más trascendentes de su generación y en uno de los que más expectación crítica construyen alrededor de su obra.
En The Master, Anderson se atreve a entrar en el que tal vez sea el terreno más complicado de toda su carrera, al escribir un guión que intenta diseccionar ideológicamente la génesis de un culto cuasi-religioso, relacionado directamente, a pesar del discreto cambio de nombre, con lo que ahora conocemos como Cienciología, cuya historia tiene la extraordinaria característica de poder extrapolarse, sin cambios sustanciales, al origen de un sinnúmero de organizaciones religiosas y sociales validadas a lo largo de miles de años.
Anderson retoma el carácter estético que esgrimió en la extraordinaria There Will Be Blood, acompañado una vez más por el inmejorable talento musical de Johny Greenwood, para retratar a lo largo de más de dos horas de metraje la interacción que se da entre los pilares fundamentales de cualquier culto: el amo y el vasallo.
The Master cuenta con una de las duplas histriónicas más impactantes que he visto en los últimos años. Presentando a Joaquin Phoenix, quien regresa después de cuatro años de “inactividad” tras su pésima jugada con el falso documental I’m Still Here, el cual interpreta a un soldado norteamericano que vuelve de la Segunda Guerra Mundial totalmente traumatizado, con un agresivo alcoholismo que le impide conservar un trabajo estable y con una obsesión por el sexo que lo mantiene en un perpetuo estado de incontrolable excitación animal. Ese despojo humano, al borde de la muerte, es el que despierta el ímpetu de Philip Seymour Hoffman que, en su papel de fundador de la Cienciología, ve en Phoenix al perfecto estandarte de recuperación emocional necesario para catapultar el culto a un nuevo nivel.
Gracias a un gran esfuerzo de documentación, Anderson reproduce con apabullante maestría los métodos de control mental utilizados por el líder de la Cienciología, mediante los que conseguía mejoras en el comportamiento social de sus seguidores a través de un riguroso método emocional basado, de acuerdo a lo que se deduce de sus escritos, en una serie de viajes psíquicos que sus simpatizantes realizaban a sus vidas pasadas.
A pesar del estupendo elenco que pulula a lo largo de toda la película, destacando sobre todo el increíble trabajo de Amy Adams como la fanática esposa de “el maestro”, es en los momentos en que Phoenix y Hoffman dialogan entre sí cuando la intensidad narrativa y emocional alcanza un clímax de tensión prácticamente insoportable, al plantearse un duelo psíquico que Hoffman cree controlar, pero que muchas veces rebasa por completo la visión de un hombre que apenas comenzaba a moldear, mediante un conjunto de estudios psicológicos, lo que quería alcanzar y el modo para lograrlo.
The Master es un retrato brillante, no sólo de los efectos que puede tener una guerra en la psique de los ciudadanos que pelean en ella, sino de la mente de aquellos hombres que, partiendo originalmente de una idea que busca cambiar a la humanidad para bien, terminan definiendo tratados filosóficos a través de un mar de dudas, los cuales luego son interpretados por un colectivo muchas veces irreflexivo que, ajeno al intelecto del “maestro”, termina por predicar a partir de la ignorancia y el dogmatismo.
Mucho se ha dicho acerca de que The Master es una decepción y un trabajo menor de Anderson, juicio con el que no podría estar más en desacuerdo, ya que la estupenda trama, el potente desarrollo emocional que ésta conlleva y la impecable factura de su director, me hacen catalogarla como una de las mejores cintas del año y una película que, con el tiempo, será considerada crucial en la filmografía de Anderson.