De todos los esfuerzos téoricos que han buscado traducir en palabras la esencia del género novelesco –y posteriormente fílmico– que hoy en día conocemos como noir, mi favorito es la breve definición emitida por la periodista italiana Irene Bignardi: “el género noir es inquietud, inseguridad, aflicción; la incontrolable bala perdida de la realidad; la imposibilidad de poner las cosas en orden porque no hay orden alguno”. Tal vez sólo añadiría que el noir, además de lo establecido por Bignardi, está impregnado de una perenne melancolía que añora, desde una sociedad resquebrajada y corrupta, el ideal de una felicidad inalcanzable. Los antihéroes que protagonizan las novelas de Dashiell Hammett o Raymond Chandler son seres que, alejados de la incorruptibilidad del héroe clásico, deforman su código moral con la intención de sobrevivir mediante el uso de ilegales estratagemas, pero en el fondo anhelan una vida regida por los ideales clásicos de la bondad, el amor, y la felicidad. Anhelo incumplido que propicia la eterna tragedia del personaje noir.
The Maltese Falcon es tal vez la cinta que mejor resume los códigos clásicos del cine noir de los años cuarenta, y debido a su desaforado éxito comercial y cultural es también una de las cintas que más influenció al movimiento fílmico que años después daría como resultado joyas del calibre de Double Indemnity (1944), The Big Sleep (1946), The Third Man (1949) o Touch of Evil (1958).
Es John Huston el encargado de escribir y dirigir la adaptación de la novela homónima de Dashiell Hammett, y de catapultar a la fama a su inseparable amigo de francachelas, el en ese entonces carismático cuarentón Humphrey Bogart, quien gracias a The Maltese Falcon y a High Sierra (cinta noir estrenada ese mismo año con guión también de John Huston), pasó de ser un interesante actor secundario a una de las estrellas más reconocidas de Hollywood.
El filme, aunque construido en torno a un buen número de giros argumentales poco predecibles, tiene la gran cualidad de presentar una narrativa relativamente fácil de seguir: dos detectives privados son contratado por una mujer para investigar la desaparición de su hermana, sin embargo, cuando uno de ellos es asesinado durante el proceso de investigación, el otro deberá encontrar las causas del fallecimiento de su amigo, y el papel que en ellas juega la valiosa estatua de un halcón.
Conforme la trama se desenvuelve Bogart evidencia las cualidades que lo convirtieron en una celebridad, dándole al papel del detective Sam Spade ese toque seductor y sagaz en torno al que se formó toda una escuela de interpretación detectivesca. Mientras tanto, John Huston pone en marcha todas sus habilidades directoriales junto a su fotógrafo Arthur Edeson, para crear secuencias memorables, que diseccionan con maestría los principales elementos de esa indescriptible pero inconfundible atmósfera noir –véase la secuencia del asesinato del detective Miles Archer con la pistola en primer plano y el cadáver que rueda en una nube de polvo al abismo, o la extraordinaria secuencia en la que todos los mafiosos se reúnen con Spade en su departamento: escena construida a partir de close-ups que explotan de forma insuperable la expresividad facial de Bogart, Mary Astor, y sobre todo de un Peter Lorre cuya cordura aparenta en todo momento pender de un hilo–.
Huston concluye el filme con un final devastador, irredento y gozosamente destructivo, donde todos los involucrados en el perverso juego del halcón maltés se hunden en el fango inescapable de la realidad, y en el melancólico anhelo de una felicidad que se evidencia imposible. “Heavy… what is it?” pregunta un detective a Sam Spade, mientras con un movimiento de manos sopesa al renegrido halcón. “The stuff that dreams are made of“, responde Spade para luego descender unas escaleras que lo conducirán de nuevo a la renegrida realidad: al más puro y desolador noir.