La veo en mis sueños, mi roja niña terrible.
Llora a través del vidrio que nos separa.
Llora y está furiosa.
Sus gritos son ganchos que penetran y arañan como gatos.
Arañan mis sueños y penetran mi costado.
Mi hija no tiene dientes. Su boca es amplia.
Emite sonidos tan siniestros que no puede ser buena.
Sylvia Plath – Tres mujeres (poema para tres voces)
A pesar de nuestra inevitable cercanía con el fenómeno de la creación de la vida, sus misterios sólo les son revelados en su totalidad a las mujeres que escogen ser su motor primordial. Para los que juzgan desde la distancia la maternidad es la cúspide de lo sagrado: el tótem sobre el que se construye el último reducto de belleza unánime que tenemos: la infancia. Sin embargo, para las mujeres que se han atrevido a hablar desde su experiencia personal, el acto de ser madre tiende a alejarse de esa perpetua belleza mistificada.
Es precisamente esa desmitificación de la maternidad el tema central de ‘The Lost Daughter’, la película con la que Maggie Gyllenhaal decide iniciar su carrera como cineasta, y en la que adapta ‘La figlia oscura’, novela corta de la célebre escritora italiana Elena Ferrante sobre una mujer madura especialista en traducción literaria, que frente al mar Jónico recuerda con una mezcla de nostalgia, amor y horror su proceso de maternidad, así como sus intentos por rescatar, dentro de la prisión de la codependencia materna, su individualidad como mujer.
Lo que Gyllenhaal hace como directora y guionista (ella es quien directamente adapta la novela de Ferrante) resulta verdaderamente sobresaliente. Me parece un gran acierto el tono en clave de thriller que escoge para narrar la historia: tono que se ve potenciado por una de las bandas sonoras más sobresalientes del año, cortesía de Dickon Hinchliffe, y mediante el que Gyllenhaal desarrolla una atmósfera completamente opresiva en donde las miradas de los personajes están siempre cargadas de dobles o triples intenciones, y donde cualquier acción de bondad se presenta siempre como una estratagema que busca disfrazar intenciones destructivas y perversas.
Por momentos parecería que todos los personajes de ‘The Lost Daughter’ son ajenos a nosotros en su perversidad, sin embargo conforme el metraje avanza, esa violencia que se oculta en cada una de las interacciones que los personajes tienen entre sí nos resulta cada vez más familiar, cada vez más humana.
Las violencias que Gyllenhaal retrata en el filme, focalizadas sobre todo en el personaje protagónico de la traductora madura, y en una madre joven que invade con su familia la apacible villa costera donde la traductora se hospeda, están completamente vinculadas a los procesos de maternidad, y a la dificultad de separar a la madre de la mujer, a la protectora abnegada del individuo independiente, y a la mujer inmaculada de la sexual. Pero lo más interesante del asunto es que ese cúmulo de violencias se perciben como tales precisamente porque tenemos tan interiorizada la noción de la maternidad como un “milagro”, que nos parece casi inhumano que alguien pueda renegar de ella.
Del mismo modo que el célebre poema de Sylvia Plath titulado ‘Tres mujeres’, la narrativa de ‘The Lost Daughter’ se hila a partir de las voces de tres personajes femeninos, representados por tres actrices que alcanzan en este pequeño cuento uno de los más notables pináculos de sus respectivas carreras. Por un lado Jessie Buckley, que funge como la encarnación del pasado de la protagonista: una mujer joven que tuvo hijos a temprana edad, y que lucha por compaginar su sexualidad, sus intereses intelectuales, y su sentimiento de intrascendencia existencial con el cuidado de sus dos hijas.
En segundo lugar la impecable Dakota Johnson como la joven madre que invade con su familia ruidosa y mafiosa el hotel de la protagonista. Una mujer que detrás de su aparente fragilidad oculta una devastadora crisis existencial y un infinito potencial para la violencia. Y finalmente Olivia Colman, tal vez la actriz más extraordinaria que tenemos ahora mismo en activo, en cuyo personaje se encarna de forma inmejorable esa perpetua ambivalencia materna que oscila entre la devoción más absoluta y el horror más abyecto.
En uno de tantos momentos de brutalidad y belleza que pueblan la película, el personaje de Dakota Johnson le pregunta al de Colman ¿qué sintió al abandonar a sus dos hijas pequeñas durante tres años para perseguir al que creía era el amor de su vida? Colman se rompe y entre lágrimas le responde de forma inesperada: “it felt amazing”. No puedo pensar en un diálogo reciente que se haya sentido más devastador y más real que ese, y a lo largo de la película Gyllenhaal construye el resto de su historia en torno a una gran cantidad de epifanías similares.
El 2021 fue, como tal vez nunca en la historia del cine pop, el año de las mujeres directoras. Y esta película, en la que Gyllenhaal muestra de forma inesperada sus dotes como cineasta, incendiando en el camino el velo de pureza que rodea a lo materno sin negar sus bellezas intrínsecas, me parece uno de los grandes milagros que nos dejó ese año tan atípico y tan artísticamente emocionante. Corran a verla.