¿Cuál es la mejor película de Quentin Tarantino? Hasta hace unos años, el constante debate sobre cuál de las cintas del director norteamericano se alzaba como su mejor obra se enardecía con cada nuevo estreno en su filmografía. Lo interesante es que todos tienen su favorita, y desde Reservoir Dogs hasta Inglorious Basterds –pasando incluso por Death Proof, que cuenta con un fandom sorprendentemente intenso– las películas de Tarantino se han dedicado a destruir consensos: hasta hace algunos años, la mejor cinta de Tarantino era la que aún no había filmado.
Por desgracia, Django Unchained vino a cambiar por completo esa noción. Han pasado ya casi cuatro años desde su estreno y no he leído o escuchado a una sola persona que coloque al filme protagonizado por Jamie Foxx como la mejor cinta del director norteamericano, fenómeno inusitado que por desgracia se repite en su más reciente retorno al género del western –prácticamente todo el cine de Tarantino está profundamente influenciado por la estructura del western, pero Django y The Hateful Eight son, tanto en estructura como en desarrollo técnico, westerns clásicos–.
Tras la polémica filtración de un primer draft del guión, que casi obligó a un furioso Tarantino a abandonar la filmación de The Hateful Eight, el proyecto continuó dada la insistencia de su grupo cercano de colaboradores para que no desperdiciara “uno de sus mejores guiones”, enfocado en la historia de un grupo de maleantes que quedan atrapados en una cabaña durante una tormenta de nieve; criminales y mercenarios cargados de segundas, terceras y cuartas intenciones, que buscarán agenciarse la cuantiosa recompensa que pesa sobre la cabeza de una peligrosa criminal que yace escoltada en el interior del recinto.
Probablemente el filme más minimalista de Tarantino desde Reservoir Dogs –dado que prácticamente todo el metraje transcurre dentro de un carruaje y en el interior de una cabaña– The Hateful Eight se anticipaba como un thriller cerebral que nos haría olvidar su fallido western anterior, y que quedaría cimentado en la probada capacidad de Tarantino para crear diálogos brillantes y complejas narrativas donde nada es lo que parece. Nada más lejos de la verdad.
Hateful Eight evidencia la dificultad de ser autocrítico cuando todos a tu alrededor te dicen que eres un genio. Tarantino se regodea como nunca en su supuesta brillantez como guionista, creando un filme estéril de dos horas y media, cuyo extensísimo guión –los personajes no paran de hablar cual narcisos, como diciéndole al espectador “mira lo bien que estoy escrito”; “mira lo complejo que soy”– tiene apenas un pasaje interesante en el que durante un par de minutos se discute la diferencia entre la justicia y el linchamiento, convirtiéndose el resto de la narrativa en una insufrible exposición de segundas intenciones, inesperadas pero intrascendentes, que alienan por completo al espectador y que se resuelven de forma tan vistosa como estéril.
Mucho se habló también del rescate que Tarantino hizo del formato Ultra Panavision 70: formato de altísima calidad que le permitía lograr una relación ancho/alto de la imagen de 2.76:1, cuando la mayoría de los filmes actuales utilizan relaciones de 1.85:1 o 2.39:1. Sin embargo, resulta hasta cierto punto ridículo el uso de tal parafernalia visual en una película filmada casi completamente en interiores. Sí, podemos ver tomas mucho más alargadas del interior de una cabaña, de una diligencia, y de algunos paisajes invernales, y sí, incluso en los escenarios cerrados podría sacársele mucho jugo al formato si la composición de dichas tomas fuera interesante, pero por desgracia no lo es.
Poco se puede decir de la banda sonora compuesta por Ennio Morricone, contratado por Tarantino en otra brillante jugada publicitaria, que da como resultado un soundtrack interesante pero muy inferior a los grandes trabajos del compositor italiano.
En el departamento actoral la cosa no es muy diferente. El excelente elenco del filme, plagado de superestrellas en el ocaso de sus vidas, hace lo mejor que puede con el texto de Tarantino, pero no resulta suficiente para levantar a la insufrible trama y a la perenne e igualmente insoportable obsesión de Tarantino por escribir personajes para el monocromo actor Christoph Waltz, quien en esta ocasión es reemplazado por Tim Roth.
Tarantino amenazó que se jubilaría tras su décimo filme. Ahora lo único que queda por lamentar es que no se haya retirado después del sexto.