Misántropo, violento, incómodo y cruel, son algunos de los adjetivos que mejor describen la notable filmografía del director griego Yorgos Lanthimos. Sus narrativas, fundamentadas en personajes que de manera consciente escogen renunciar a alguno de los atributos que definen su humanidad, suelen devenir en pesadillescas disertaciones –casi siempre construidas en torno a un espectacular destello de imaginación– sobre la brutalidad inherente a lo humano, y sobre la poética justicia natural que puede surgir de los actos más abyectos. Es por lo anterior que resulta hasta cierto punto interesante que The Favourite, la primera película no escrita por Lanthimos, sea hasta el momento la más exitosa de su carrera.
En un principio podría pensarse que The Favourite es un trabajo de encargo: una de esas películas que un autor accede a filmar como puente para la realización de otros proyectos, intentando hacer el trabajo más decoroso posible sobre un guión que no le interesa demasiado. Sin embargo, no hace falta mas que ver los primeros minutos del filme para percatarnos de que esta es una película en la que Lanthimos volcó todo su talento, no sólo para hacerle honor a la historia, sino para llevar ese guión –que narra la lucha entre dos mujeres por conseguir el amor y los favores de la reina Ana, de Gran Bretaña– a los terrenos psíquicos y estilísticos que más le interesan.
Ignorante de lo que sucede fuera de los muros de palacio, donde la guerra contra Francia está en su apogeo, la reina Ana pasa los días atenta a la salud de sus diecisiete conejos mientras la vida palaciega le otorga como divertimentos bailes improvisados, carreras de patos, y los favores sexuales de Lady Sarah, quien se ha convertido en la verdadera monarca de la nación dada su profunda influencia en la manipulable mente de la reina. Todo marcha de maravilla para Lady Sarah hasta que un día su prima lejana llega a palacio y, como bien podrán adivinar, los apetitos de la reina comienzan a verse ligeramente modificados.
Como en todas las cintas del director griego, The Favourite presenta una realidad flagrantemente pervertida, distorsionada, antinatural, antihistórica y libre, que le permite a Lanthimos destruir cualquier atisbo de historicidad en su deseo por enfrentar de la forma más desbocada posible a sus personajes. Sólo con ver el vestuario “de época” diseñado por la experimentada modista Sandy Powell –que ella misma describe como la versión “punk rock” de una corte del siglo XVIII– o la delirante secuencia de baile en que Rachel Weiss hace un voguing maravilloso, para entender que, como siempre, estamos en una realidad ficticia controlada por los negros impulsos de uno de los directores más brillantes del momento.
Duelo tripartita de actuaciones sobresalientes, The Favourite debe su éxito, además de a su ágil trama pletórica en intrigas y giros inesperados, al impecable trabajo de Olivia Colman como la reina, Rachel Weisz como su eterna amante, y Emma Stone –en clave de perversa mosquita muerta– como la manzana de la discordia que está dispuesta a todo por conquistar el poder que cree merecer.
Notable también resulta la elección que Lanthimos hace en el departamento visual, ya que a pesar de haber dejado de lado a su cinefotógrafo de cabecera, Thimios Bakatakis, y de haber escogido por primera vez al experimentado Robbie Ryan (American Honey, Slow West, etc.), la composición audiovisual del filme está profundamente hermanada con la que desarrolló junto a Bakatakis en The Killing of a Sacred Deer, mezclando con un virtuosismo abrumador el uso de lentes tradicionales con grandes angulares, e iluminando las secuencias únicamente con luz natural y velas. El resultado, aunado a esa psicótica banda sonora que actúa como un personaje más del filme, es abrumador.
Escaparate entrañable del poder femenino llevado hasta sus últimas consecuencias, y crítica descarnada a los regímenes monárquicos y a los mecanismos de la política moderna, The Favourite –que por momentos parecería una prima cercana de la bellísima The Duke of Burgundy– es una prueba contundente de la habilidad del director de The Lobster para imprimir su estilo personal en cualquier narrativa: un estilo que ha conseguido ya la casi imposible tarea de ser identificable sin repetirse. En fin, larga vida a la retruecanuda mente de Yorgos Lanthimos.