This is a man’s world, rezaba el legendario James Brown en uno de sus éxitos más potentes, momentos antes de llenar de alabanzas condescendientes al género femenino (Man made the electric light to take us out of the dark / But it wouldn’t be nothing, nothing without a woman or a girl. Ah… órale James…).
El punto es que en 1966, cuando ese exitazo comenzó a sonar en todas las radios del mundo, y seis años antes, cuando Billy Wilder estrenó una de las películas que cimentaron su fama como cineasta extraordinario, el mundo era un mundo de hombres. No digo que aún no lo sea (sigue siéndolo), pero al menos la visión popular que veneraba sin tapujos al hombre dominante, y se jactaba de ver todos sus fallos perdonados desde una visión femenina sufriente y sumisa, ha comenzado a dejar de ser la visión mediática imperante. En resumen: el hombre sigue oprimiendo a la mujer, pero al menos ya comienza a sentirse mal por ello (vaya consuelo).
El director norteamericano Billy Wilder fue uno de los grandes teóricos detrás de la desglamourización de ese mundo masculino opresivo y jactancioso, abordando en múltiples ocasiones –desde la inteligencia de un cine alejado del tremendismo y la miseria exagerada– a personajes femeninos que subsisten y luchan dentro de un ecosistema social profundamente adverso que les prohíbe asumirse como algo más que objetos sexuales o esclavas del hogar.
The Apartment es tal vez, junto con Sunset Boulevard, la cúspide de la teorización de lo femenino en el cine de Wilder. Durante dos horas de metraje el director norteamericano expone, ayudado por un refinadísimo sentido del humor, las claves de un mundo masculino despreciable que en ese periodo histórico solía abordarse siempre con jocosidad, pero que posicionaba a la mujer no sólo como un accesorio intrascendente, sino como un ser creado específicamente para el abuso cotidiano.
Una joven y encantadora Shirley MacLaine es la elevadorista de un edificio de oficinas en el que incontables ejecutivos pululan diariamente. Objeto del deseo de todo aquel que sube al elevador, el personaje de MacLaine es además amante de un alto ejecutivo interpretado por el acartonado pero siempre correcto Fred MacMurray, quien a su vez es jefe del cándido Baxter: hombre limitado y bonachón que triunfa en el organigrama empresarial gracias a que su soltería –atípica para un hombre de su edad en la década de los sesenta– le permite tener un departamento que funge como punto de encuentro entre sus jefes y las amantes de turno.
Es sobre esa tercia de personajes que Wilder hace malabares para combinar con cadencia impecable la comedia más desternillante y el drama más abyecto. La idea hilarante de un hombre que vive subyugado ante los horarios sexuales de sus superiores, que tocan constantemente a su puerta y escandalizan a sus vecinos con una perenne sinfonía de gemidos, se mezcla con el drama de la mujer que construye un castillo de ilusiones en torno al imposible divorcio de un hombre para el que sólo es un fetiche sexual.
Wilder entrega un guión plagado de diálogos maravillosos, y construye en torno a ellos la perfecta película pop: una obra que se disfraza de cine accesible y al mismo tiempo es capaz de entregar un potente mensaje de exposición y crítica social, sin alienar a su audiencia con excesos o aburrirla con elementos retóricos innecesarios.
Epifanía irrepetible de impactante factura, que gracias al siempre propositivo manejo de cámaras de Joseph LaShelle se convierte en una sucesión ininterrumpida de secuencias memorables, The Apartment es una pieza de cine que más de cincuenta años después de su estreno sigue siendo un referente de maestría fílmica; una de las antorchas que arden en la cima inalcanzable de la trascendencia.