Sin-Dee, una reconocida prostituta transexual, ha salido de prisión. Las calles de Hollywood la reciben momentos después de su liberación con la noticia de que Chester, su padrote y pareja, no sólo la engañó mientras ella se encontraba tras las rejas, sino que –agravante imperdonable– lo hizo con una mujer. “Yeah, bitch, a girl with a vagina and everything…”. La frase retumba implacable en las paredes del típico diner estadounidense, segundos antes de desatarse la demencial odisea de Sin-Dee para encontrar al whitetrashero amor de su vida y a la malnacida que osó robárselo.
Es a través de ese diálogo frenético e hilarante, en el que Alexandra –la mejor amiga transexual de Sin-Dee– la pone al tanto de todo lo que ha ocurrido en su ausencia, que comienza Tangerine, el quinto largometraje del norteamericano Sean Baker, y una de las películas más atípicas e interesantes que parió el 2015.
Más allá de la anécdota de que Tangerine fue filmada utilizando dos iPhone 5s –regocíjense en el mundo de posibilidades, cineastas independientes–, la forma en la que Sean Baker estructura la cacería humana que comanda su protagonista para encontrar al hombre que le fue infiel, rompe por completo con los cánones contemporáneos de filmación. Cortes frenéticos, close-ups caprichosos y tomas que se debaten entre el amateurismo y la genialidad, son algunos de los elementos visuales con los que Baker construye un complejo tour cinematográfico por los lugares más sórdidos de Hollywood; sitios radicalmente alejados del glamour más elemental, y sumergidos en la nostálgica belleza de lo decadente.
Estilísticamente fundamentada en la exageración de los estímulos audiovisuales propios del cine convencional, Tangerine es una explosión sensorial abrumadora, que en poco menos de hora y media se encarga de diseccionar con virtuosismo las vidas, aspiraciones y obsesiones de un cúmulo de bestias arquetípicas de las calles de Los Angeles, que fungen como el decorado caduco de la maquinaria de ilusiones más grande y prolífica del mundo: Hollywood.
Entrañable resulta la dinámica que se establece entre las dos chicas trans protagonistas –interpretadas con maestría por las poco experimentadas Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor– quienes bajo su aguerrido ímpetu y violenta personalidad ocultan el eterno deseo de ser amadas y aceptadas por una ciudad que, además de descartarlas, las ha etiquetado como escoria.
Agresiva y violenta en forma, pero de inenarrable ternura en fondo, Tangerine es un monumento al do it yourself movement del cine contemporáneo y una cátedra de ritmo, guión y atmósfera para cualquiera que disfrute del séptimo arte.