Es curioso como se crean mitos alrededor de filmes clásicos, que terminan por inflarlos a un nivel irracional y que de cierta forma los deifican, colocándolos en un nivel intocable que nadie se atreve a criticar. Este es precisamente el caso de Suspiria, la proclamada reina de las películas Giallo y una de las más encumbradas cintas de horror de la historia.
Nunca había visto Suspiria a pesar de que soy un gran admirador del cine italiano y también de las películas de horror extremo. Sin embargo, finalmente conseguí una copia y lo que encontré fue algo completamente distinto a lo que había esperado.
La cinta cuenta la historia de una joven bailarina, que llega a una tétrica escuela de ballet en donde últimamente han ocurrido una serie de misteriosas desapariciones de estudiantes. A partir de ahí no hay ninguna sorpresa, todo ocurre dentro de un terror completamente clásico, con las típicas escenas de tensión apoyadas en una trama que carece completamente de la más mínima ilación.
Las escenas se suceden una tras otra mediante burdos cortes y la coherencia de la historia se deja por completo de lado, en parte por las endebles actuaciones que rayan en el ridículo y destrozan cualquier intento de helar la sangre.
¿Pero cómo una película así tiene el estatus de obra maestra?. Todas las críticas que encumbran esta obra se basan principalmente en el aspecto visual de la misma, cosa que sin duda es cierta. Los colores brillantes utilizados por Argento son un completo acierto y engendran una atmósfera pocas veces vista. De igual forma el soundtrack creado por el grupo Goblin es bastante bueno y cumple su cometido generador de tensión. Sin embargo, estas dos buenas características del filme no logran opacar las enormes fallas del mismo.
Suspiria ni siquiera cumple con entregar una buena dosis de violencia, ya que los esporádicos asesinatos presentados son solo ligeramente impactantes y aunque de repente se logran secuencias de una tensión interesante, finalmente se ven opacadas por las pésimas actuaciones.
Una vez más se cumple la teoría de que no hay nada peor que ver una película de la que se espera mucho y salir completamente decepcionado.