Quiero pensar que cuando un director y un guionista se juntan para construir una película, la primera pregunta es ¿cómo vamos a mejorar lo que ya se ha hecho sobre el tema a tratar? Dejemos de lado las aspiraciones del director como artista, simplemente por el hecho de atraer gente a las salas, la propuesta fílmica debería intentar mostrar algo medianamente diferente, algún giro –por más endeble que sea– que convenza a la gente de dejar su dinero en las taquillas.
Es por lo anterior que me sorprenden profundamente dos cosas de Southpaw: filme dirigido por el director norteamericano Antoine Fuqua –a quien podrán recordar por la torpe pero multipremiada Training Day– y escrito por Kurt Sutter –guionista televisivo que participó en varios capítulos de Sons of Anarchy y The Shield–.
Mi primera sorpresa se deriva de la construcción narrativa del filme: nada de malo tiene plantear la historia de un boxeador que rehace su vida tras el traumático asesinato de su esposa, sin embargo, Southpaw es una cinta que en todo momento se toca en clave de redención melosa, rehusándose a cambiar en lo más mínimo los elementos arquetípicos del cine protagonizado por boxeadores. Ahí vemos al hombre que lo pierde todo y termina levantándose de la forma más predecible posible. Ahí tenemos al entrenador viejo –experto pero con principios morales– que rechaza el negocio del boxeo y pasa sus días entrenando jóvenes en un gimnasio barriobajero, entrenador al que (sorpresa) acudirá el antes orgulloso y ahora humilde protagonista para entrenarse. Ahí tenemos al villano, un boxeador joven y latino que no sólo se convierte en campeón tras la caída del protagonista, sino que además está relacionado con la muerte de su esposa. Ahí tenemos a la hija que sufre por ver a su padre convertido en piltrafa humana; y finalmente a la esposa abnegada, cuyo amor impoluto conducirá a su pareja a la gloria aún después de muerta.
La profunda falta de imaginación y talento narrativos sorprenden –sobre todo en una película que tiene un equipo de producción costoso y plagado de estrellas– sin embargo, la segunda gran sorpresa asociada a Southpaw es el hecho de que ha sido recibida con bombo y platillo en la taquilla. No sólo tiene una calificación de 7.7 en el IMDB y una aprobación del público de 81% en Rotten Tomatoes –parámetros que poco dicen de la calidad de las películas pero que no dejan de ser significativos– sino que además duplicó ya su costo de inversión y aún sigue recaudando dinero en taquilla. Esta segunda sorpresa evidentemente tira por tierra mi suposición de que Antoine Fuqua es un director torpe. El hombre, a pesar de haber creado una cinta bordada con los más penosos clichés, sabe lo que la gente quiere y evidentemente se lo está dando de forma satisfactoria. Poco puede hacer una crítica ante tal evidencia, mas que maravillarse con una situación que desafía la lógica más elemental.
¿Cosas rescatables?: La interpretación de Jake Gyllenhaal –que recientemente ha comenzado a ganar terreno como uno de los actores más talentosos de su generación– tiene momentos extraordinarios, sin embargo, el extenuante trabajo físico e interpretativo que requiere el personaje está en todo momento cargado del exagerado histrionismo asociado al guion, perdiéndose el talento del actor en un marasmo de insensateces. Poco más se le puede rescatar a un filme que carece por completo de aspiraciones estilísticas y narrativas (no me hagan hablar de la participación del rapero 50 Cent como el mánager del protagonista; del patético personaje benevolente y moralista interpretado por Forest Whitaker; o del hecho de que el guion es tan asquerosamente cursi que el protagonista se apellida Hope).
¿No quedó suficientemente claro?: eviten esta tontería a toda costa.