Soul (2020)

Veinticinco años han pasado desde que Pixar estrenó con bombo y platillo la primera parte de Toy Story, una de las sagas más redituables, exitosas y propositivas de la historia del cine de animación, cuyo mayor acierto fue dinamitar por completo la frontera entre cine animado infantil y cine animado adulto. Esa era (y fue durante veinticinco años) la brillante fórmula de Pixar. Una fórmula que garantizaba productos diseñados tanto para el disfrute infantil como para el disfrute adulto, buscando siempre el santo grial de una película lo suficientemente adulta para incitar el deseo de consumo de los padres, pero lo suficientemente infantil para que los niños quisieran ver la cinta y le dieran a sus padres la excusa perfecta para sentarse frente a una película “para niños”.

Con el paso de los años, y con la llegada a la adolescencia de los niños que crecieron con el imaginario de Toy Story, el público de Pixar se diseminó en todos los sectores de la población, y la empresa emprendió el reto de renovar sus narrativas, estableciendo como única prerrogativa la de conservar en todo momento la búsqueda del equilibrio entre los gustos del mundo infantil y el mundo adulto. Sin embargo, después de veinticinco años de historia, y de poco más de catorce mil millones de dólares recaudados en taquilla, ese equilibrio se ha roto por primera vez.

‘Soul’, la más reciente cinta de Pixar representa una flagrante desviación respecto al código creativo que había regido a la empresa. No me queda tan claro qué tan intencional haya sido ese arriesgado giro a una temática tan “adulta”, pero creo que resulta innegable que la historia de Joe Gardner, un pianista de jazz frustrado que encuentra el placer de las pequeñas cosas de la vida al aterrizar después de su muerte en un limbo donde supuestamente preparan a las almas que poblarán la tierra, tiene pocas aristas para poder enganchar a las mentes de menos de 12 años de edad.

Es aquí cuando muchos de ustedes me dirán “¡No seas despectivo con los niños! ¡Los niños no son idiotas!”, y permítanme decirles que estoy de acuerdo con ustedes en cuanto a que un niño puede perfectamente entender la trama de la cinta, sin embargo dudo mucho que pueda establecer una conexión emocional con un señor de 46 años (sí, googleé la edad de Joe Gardner) o con su compañero del inframundo (o supramundo porque al parecer el limbo está ubicado justo arriba del planeta Tierra, o más bien justo arriba de Estados Unidos porque pues… es el único país que importa…) que básicamente es un alma antiquísima cuyos chistes se enfocan en referenciar a Aristóteles, a Carl Jung, a la Madre Teresa y a muchos otros seres humanos muertos con los que un niño de diez años no comparte absolutamente nada. A lo mejor sus hijos si son altamente educados y han leído las obras completas de Jung, pero al menos yo me imagino de diez años viendo la película con el “meh…” en la boca.

Pero dejemos de lado a los niños que no saben quién fue Aristóteles. El problema no es la adultez de la cinta. De hecho todos los años se producen grandes películas de animación destinadas únicamente al consumo adulto, y de esa producción de cine animado han surgido obras magistrales, el problema es que además de ser la película más “adulta” de Pixar es también la más innecesariamente solemne, la menos divertida a pesar de que evidentemente está planteada como una comedia (intento recordar un momento humorístico memorable y no puedo), y la que a lo largo de su metraje construye la que tal vez sea la mitología más inconsistente de toda la filmografía de Pixar.

Ningún adulto en su sano juicio puede creer que los juguetes hablen cuando están solos, o concebir la idea de que nuestra mente está gobernada por unos monitos que controlan nuestra ira, nuestra melancolía y nuestra alegría, sin embargo, a pesar de que no creemos esos conceptos de forma literal, disfrutamos las ideas que las películas de Pixar nos plantean porque sus universos alegóricos se construyen con reglas ficticias que mantienen su congruencia a lo largo de todo el metraje.

Por el contrario Soul es profundamente inconsistente en el planteamiento de su universo. Olvídense ya del grotesco hecho de que los seres que gobiernan el “great before” predisponen a las almas para que vivan en buena medida una existencia de absoluta mediocridad que termina planteándose como el paraíso de la clase media (no me quiero poner pesado con eso). Asumamos también que en el mundo no hay guerras, ni hambrunas y que sólo necesitamos apreciar las pequeñas maravillas de la vida para encontrar la felicidad (perdón, pero si van a hacer una película adulta entonces no me pongan conceptos sobre la existencia sacados de un seminario motivacional), pero si dejamos todo eso de lado y asumimos el microcosmos de ‘Soul’ como algo autocontenido que funciona bajo las reglas de Pixar, aun así el planteamiento elemental de esas reglas resulta profundamente inconsistente durante todo el filme.

No quiero aburrirlos, pero podría pasar horas discutiendo los problemas lógicos del burdo planteamiento pixariano de la vida antes y después de la muerte, que en buena medida fracasa por su intento de generar un imaginario completamente ajeno a cualquier religión (para que no los vayan a cancelar), y que en su torpeza conceptual perjudica a una historia que a pesar de tener algunos momentos de gran belleza nunca logra establecer un vínculo emocional sólido con el espectador (vínculos que hasta hoy eran la especialidad de Pixar).

Del aspecto racial de la película tampoco quiero hablar, aunque sí me da un poco de repele que el concepto de “exaltación de la negritud” del filme sea un toquín de jazz y una barbería, pero bueno… Un tropiezo lo tiene cualquiera, y en este caso, viendo el recibimiento desbordante de elogios que tuvo la cinta días después de su estreno, presiento que este texto no le quitará el sueño a su director Pete Docter. En fin, a lo mejor lo que necesita hoy la humanidad es justo esa felicidad facilona de los libros de motivación personal, lo único que lamento es la hueva infinita de los pobres niños que tendrán que aventarse la película viendo a sus papás contener las lágrimas frente al televisor.

 

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