El cine de Sofia Coppola llegó a su cúspide con ese susurro misterioso acompañado de un beso, que Bill Murray daba a la desolada Scarlett Johansson en la escena final de Lost in Translation. Desde ese momento de absoluta genialidad estética y narrativa, la carrera de la hija de Don Corleone no ha vuelto a ser la misma.
Después de cambiar completamente de registro con su libre interpretación de la vida de Marie Antoinette, la princesa del “cine independiente” regresa al estilo que mejor conoce y que tantas buenas críticas le generó en sus dos primeras incursiones cinematográficas, para darse cuenta que la creación fílmica no sólo depende del dominio de un tema, sino también de un nivel de inspiración que claramente ha perdido en el camino.
Una vez más Coppola nos hace partícipes de su obsesión por la soledad que acompaña al estrellato, centrándose de nuevo en el vacío emocional de un actor, que a diferencia del personaje de Murray en Lost in translation, se encuentra en el pico de su carrera.
Todo el carisma y el misterioso atractivo que emanaban los personajes de las dos primeras entregas de esta directora, desaparecen por completo en este nuevo ejercicio que recluta a Stephen Dorff y a la pequeña Elle Fanning y los sumerge en un guión carente de interés, que a lo largo de la cinta se maneja de forma torpe y anecdótica entre prostitutas con aparente retraso mental y silencios que no dicen absolutamente nada.
Una tras otra se suceden secuencias inconexas en las que el amor filial, que supuestamente sería el protagonista de la película, se esconde bajo el supuesto vacío existencial que Dorff intenta transmitir en los pocos momentos de reflexión que le da Coppola, ubicados entre las incontables escenas en las que el protagonista nos muestra cómo todas las chicas quieren tener sexo con él. Por si fuera poco, cada fotograma destila un insoportable nivel de pedantería que claramente le indica al espectador que esta viendo una “obra de arte”.
Lo único rescatable del filme termina siendo el impecable gusto musical de Coppola, que acopla una banda sonora capaz de convertir escenas de total superficialidad en un espectáculo disfrutable. Sin embargo el hundimiento de la película en un océano de tedio termina siendo inevitable.
Me declaro ignorante de las motivaciones que llevaron a Sofia Coppola a dirigir Somewhere, una cinta que evidentemente sería comparada con su obra magna dada la temática y situaciones que se desarrollan en la misma, y que lejos de darnos una reinterpretación medianamente buena, crea un espectáculo narrativo patético e insufrible, que se regodea en el estatus de cineasta de autor que ha alcanzado su directora y que es definitivamente la película más autocomplaciente que he visto este año.