El sentimentalismo en el arte es un elemento que debe manejarse con inteligencia, ya que, al ser aplicado en las dosis correctas, suele propiciar una conexión directa de la obra con los sentimientos más complejos del espectador, haciendo que éste reinterprete a través de su propia experiencia lo que ve, y se compenetre, en el caso del cine, tanto con la historia como con los personajes que ve en pantalla. Sin embargo, cuando el deseo de algún director por emocionar excesivamente a su audiencia toma el control, el resultado puede llegar a ser aberrante e insoportable.
El problema principal radica en que aquello que para algunos es un exceso, para otros puede ser una reivindicación de los sentimientos más nobles y puros de la humanidad, situación que ha generado que Silver Linings Playbook, la comedia romántica sensación del 2012, engendre opiniones tan radicalmente encontradas y apasionadas.
Si nos atenemos a los aspectos formales de la nueva cinta de David O. Russell, uno de los directores insignia del movimiento independiente en Hollywood (tan independiente como puede serlo alguien que tiene detrás al capo di tutti capi, Harvey Weinstein), Silver Linings Playbook es una película que se encuentra por encima de la media de calidad de las comedias románticas que han visto la luz durante el 2012 en el cine norteamericano, y cuya principal ventaja radica en su habilidad para aparentar ser una pequeña joya independiente, cuando en realidad ha sido calculada a la perfección como un producto de impacto masivo en las carteleras de todo el mundo.
Justo antes de que la novela homónima de Matthew Quick fuera publicada, la compañía productora Weinstein compró los derechos de ésta para llevarla a la pantalla grande, entregándole el proyecto a David O. Russell para que escribiera el guión adaptado, manuscrito que estuvo listo después de casi cinco años de arduo trabajo, y que se conectaba profundamente con la vida del director norteamericano al tener éste un hijo con el mismo padecimiento del personaje principal del filme.
El guión, que narra la relación amorosa entre un hombre bipolar que fue encerrado en una institución mental tras propinarle una paliza al amante de su esposa, y una joven viuda con un severo caso de depresión, es apenas una pequeña parte del majestuoso plan mediante el que Harvey Weinstein consiguió armar, del mismo modo que con The Artist, un estupendo esquema publicitario basado en una estudiada calendarización con estrenos limitados, los cuales maquillaron a la película como un producto independiente justo antes de presentarla masivamente en los cines alrededor del mundo, todo eso aunado a una potentísima campaña de cabildeo con los miembros de la academia norteamericana, e incluso entrevistas con un Robert de Niro penosamente lacrimógeno, que en su conjunto engalanaron a un producto simple, hecho a partir de una inversión poco significativa, y lo convirtieron en un rotundo éxito de taquilla.
Dejando un poco de lado los aspectos maquiavélicos detrás de la película, que la han llevado a ser una de las grandes favoritas para ganar el premio mayor en los Oscar, Silver Linings Playbook cuenta con un buen elenco secundario compuesto por Jacki Weaver, Chris Tucker y Robert De Niro, actor titánico que invariablemente me parte el corazón al verlo en roles tan simplones como éste, y un envidiable elenco principal compuesto por Bradley Cooper, en el primer papel decente que le he visto a lo largo de su irregular carrera, y por la joven prodigio del momento, Jennifer Lawrence, quien recibió el globo de oro por su interpretación de la deprimida ninfómana que terminará por robarle el corazón al público más sensiblero de la sala.
Silver Linings Playbook es una cinta divertida y simple, que consigue manejar un sentimentalismo hasta cierto punto moderado y que utiliza, con gran habilidad, a esos personajes profundamente perdedores diseñados para que la audiencia salga del cine con un sentimiento de felicidad y superioridad, sin embargo, resulta también evidente que si ésta fuera en verdad una película independiente jamás habría alcanzado el estatus que tiene ahora, situación que nos recuerda la naturaleza de los engranajes del régimen social en el que estamos inmersos, en donde el marketing y los contactos invariablemente rinden mejores resultados que el talento puro.