Poco tiempo después de concluir la filmación de The Last Temptation of Christ, Martin Scorsese encontró una traducción de Chinmoku: la celebrada novela del escritor japonés Shūsaku Endō que documentaba, de forma ficcionada, el violento fin del coqueteo de Japón con la religión católica y con la nación vaticana en el siglo XVII, cuando el imperio nipón comenzó a ver a la penetración cultural europea como una amenaza, convirtiéndose los sacerdotes de la noche a la mañana en enemigos del estado, y emprendiéndose una descomunal cruzada para recuperar los valores japoneses tradicionales mediante el martirio y asesinato de todo aquel que no renegara de la fe católica. Profundamente enamorado del texto, Scorsese compró los derechos de la novela y comenzó a fraguar lo que tres décadas después se transformaría en la épica –en el sentido más riguroso de la palabra– Silence.
Scorsese apuntala su estrategia narrativa en dos ejes principales que en principio suenan por demás interesantes: el primero es una reexploración de los dilemas de fe que el director estadounidense planteó en The Last Temptation of Christ, y que ahora, en lugar de emanar del monólogo interno de un deificado Willem Dafoe, surgen del diálogo entre dos sacerdotes portugueses –el cada vez más virtuoso Adam Driver y el cada vez más torpe Andrew Garfield– que amarizan en costas japonesas con una fortísima fe teórica, pero que serán puestos a prueba por la inquisición japonesa y por el Silencio de ese Dios que permanece impasible ante las atrocidades cometidas contra su grey.
El segundo pilar narrativo sobre el que Silence se sostiene es la creación del mito: recurso literario que Joseph Conrad perfeccionó como nadie en Heart of Darkness, que Coppola adaptó de forma inmejorable en Apocalypse Now, y que en esta ocasión se muestra en la odisea de los dos sacerdotes para encontrar y salvar a su maestro: un renombrado teórico jesuita que según los rumores renunció públicamente a su fe y fue devorado por la cultura japonesa.
Impecable resulta la construcción de ambos pilares durante tres cuartas partes del metraje, y Scorsese se luce poniendo a prueba a sus protagonistas en deslumbrantes secuencias que desbordan crueldad y belleza, actuadas por un elenco japonés que brilla muy por encima de sus colegas estadounidenses, y fotografiadas con abrumadora maestría por el mexicano Rodrigo Prieto, quien por momentos se muestra como digno heredero del célebre Kazuo Miyagawa.
Por desgracia, la brillante estructura construida por Scorsese se derrumba al revelarse el pilar narrativo del mito, y al romperse el Silencio con una ensordecedora muestra de moralismo maniqueo que no sólo derruye la riqueza interpretativa del misticismo religioso, sino que la define de manera forzada, sin posibilidad alguna de interpretación más allá de la mágica obviedad, para finalmente concluir con una secuencia que roza la hilaridad y se hunde en el bochorno.
Es por lo anterior que, después de mucho meditar, les dejo sin costo alguno mi método patentado para ver Silence sin decepcionarse:
1. Compren una copia de Silence en DVD / Blu-ray
2. Compren una copia de Apocalypse Now en DVD / Blu-ray
3. Vean Silence hasta que el protagonista esté a punto de encontrar al jesuita perdido que supuestamente ha renegado de su fe.
4. Detengan Silence y pongan el discurso del “horror” de Marlon Brando en Apocalypse Now, imaginando que ese hombre envuelto en sombras es el mítico padre extraviado.
5. Una vez acabado el discurso apaguen todo y váyanse a dormir, con la felicidad de haber visto una gran película.