Steven Soderbergh, en caso de que sus amenazas sean ciertas, ha conseguido retirarse en uno de los picos más altos de su trayectoria fílmica. No sólo le regaló a Michael Douglas el mejor papel de su carrera en Behind the Candelabra, sino que además consiguió estrenar, durante el mismo año, un estupendo thriller que, completamente alejado del estilo narrativo y estético mostrado en la película biográfica de Liberace, da cuenta de la fabulosa versatilidad de uno de los directores insignia de la facción más independiente y arriesgada de Hollywood.
Un psiquiatra, estupendamente interpretado por Jude Law, recibe a una paciente con un historial de depresión que, tras recuperar a su esposo después de cuatro años de encarcelamiento por fraude, intenta cometer suicidio estrellando su auto contra la pared de un estacionamiento. El comportamiento de la perturbada paciente, a quien da vida Rooney Mara, resulta idóneo para probar una droga antidepresiva que aún se encuentra en fase experimental, con lo que tras un segundo intento de suicidio la sustancia es inmediatamente recetada. Como bien puede inferirse del título, los resultados en la paciente no serán precisamente los esperados.
Es con este preámbulo que el guionista Scott Z. Burns arma un universo de intrigas, secretos y amoralidad, al que Soderbergh induce un dinamismo extraordinario a través del rápido desenvolvimiento de las capas que componen esta historia que, mediante constantes crescendos en complejidad, analiza el patológico hedonismo del siglo XXI, la muchas veces falaz ética profesional moderna y la aceptación de la mentira como arma para triunfar y modus vivendi por excelencia.
Las grandes actuaciones de Law y Mara se complementan con la aparición de Catherine Zeta Jones, actriz que normalmente brilla por su incapacidad, pero que ahora consigue, no sin ciertos excesos, bordar un gran personaje interpretando a la neurótica y manipuladora psicóloga encargada de atender a la protagonista antes de sus episodios suicidas.
En cuestiones estéticas, Side Effects es minimalista y funcional. Nada sobra en el montaje de Soderbergh y todo tiene una función clara y determinada, alejándose en todo momento de cualquier posibilidad de interferencia visual que distraiga al espectador del punto central de la cinta: la trama.
Joya menor con algunas objeciones en cuanto a la resolución de su núcleo narrativo, pero estupendamente manufacturada de principio a fin, Side Effects es el último clavo de oro en el ataúd de uno de los directores vivos más interesantes, que por convicción personal decidió abandonar lo que mejor sabe hacer, retirándose como sólo pocos pueden hacerlo, en lo más alto de su carrera y viendo a Hollywood hacia abajo, con una sonrisa.