La danza probablemente sea una de las bellas artes más desconocidas por el público contemporáneo. Esa ignorancia generalizada de la que vergonzosamente formo parte, motivada por la preconcepción absurda de la danza como un arte monótono cuya función es dotar de actividades extracurriculares a niñas prepúberes, queda completamente evidenciada en Pina, una brutal experiencia sensorial diseñada por Wim Wenders para añadir nuevos adeptos al mundo de la danza contemporánea y revivir el espíritu combativo de una de sus artistas más innovadoras.
La apuesta de Wenders por realizar un documental sobre la renombrada compañía de la coreógrafa y bailarina Pina Bausch, tiene su origen en la amistad que mantuvieron ambos artistas, quienes siempre habían soñado con una producción fílmica que pudiera capturar la esencia de la danza de Pina como arte complejo, simbólico y más visceral que narrativo. Sin embargo, a pesar del ferviente deseo de Wenders por concretar la elaboración de la película, éste no conseguía encontrar ni el medio ni la forma para desarrollarla. Es justo cuando Wenders acepta realizar el documental con vistas a filmarlo en 3D que Pina fallece, situación que cambia la tónica del filme, reorientándola hacia las costas de un maravilloso homenaje cargado de emotividad, en el que tanto director como bailarines se vuelcan en una fiesta catártica para Pina.
Uno a uno los viejos y nuevos integrantes de la compañía hablan de ese torbellino de fuerza física e intelectual que era Pina Bausch, recordándola más como una guía espiritual que trascendía su papel de líder del grupo para convertirse en una especie de ídolo místico, en el cual se depositaba la confianza ciega de sus bailarines y que utilizaba dicha conexión espiritual con cada uno de ellos para crear piezas absolutamente fantásticas.
Las coreografías de Pina son todo menos convencionales y mayoritariamente exploran sentimientos complejos como el dolor, la pérdida, el amor tempestuoso o la soledad, todo desde un punto de vista tremendista de gran impacto visual, que puja siempre por ir más allá y crear algo novedoso con la capacidad de evocar sentimientos de gran intensidad en la audiencia.
Cualquier director de poca monta con un mínimo de talento habría sido capaz de crear un filme entrañable con los ingredientes mencionados, sin embargo Wenders, no conforme con el desbordante talento del elenco que tiene a su disposición, decide subir todavía más el listón al crear el primer filme en 3D que finalmente justifica enteramente el uso de esta vieja/nueva tecnología, armando secuencias que deben verse imperativamente en dicho formato para poder percibirlas en su desorbitada magnificencia.
Cada una de las piezas interpretadas en la cinta están acompañadas por la excelente banda sonora de Thom Hanreich y por canciones de artistas como Jun Miyake o el mítico Simón Díaz, convirtiendo a la película en un viaje sonoro que se extiende desde los años veinte hasta nuestros días.
Pina es una experiencia fílmica fabulosa, una película arriesgada en su temática pero cuya perfecta ejecución la convierte en uno de los filmes más fuertes de este año, que sin duda cosechará todavía muchos galardones importantes a nivel internacional y que captura el legado artístico de Pina Bausch de forma inmejorable para el disfrute de las siguientes generaciones.