Pieta (2012)

Después del profundo trauma que significó para Kim Ki-duk el accidente que casi le cuesta la vida a Lee Na-young durante la filmación de Dream, el cual exorcizó tres años después con Arirang, la docuficción que lo hizo acreedor al Un Certain Regard en el festival de Cannes, Ki-duk consiguió recuperar la fe en la creación fílmica y en sus capacidades como artista, regresando de lleno al circuito de los festivales con Pieta, filme que con facilidad podría conquistar el premio a la obra más misántropa del año.

Para los ojos occidentales clasemedieros, Pieta se encuentra ambientada en una especie de mundo paralelo, cuya atmósfera inmediatamente remite al espectador a la estética clásica de la oleada cyberpunk, sin embargo, ese mundo inhumano, plagado de cables, metal, y máquinas, donde los seres humanos son engranajes de un sistema social basado en la metódica producción de partes para maquinaria, tiene una localización geográfica real en Corea del Sur y se yergue como el vehículo ideal para potenciar la brutal historia tejida por Ki-duk.

Es el arquetipo de la madre abnegada el punto central de Pieta, filme que guarda ciertos paralelismos con la extraordinaria Mother de Bong Joon-ho y que relata las andanzas de un joven y despiadado cobrador de préstamos, habitante de un suburbio manufacturero en Corea del Sur, cuya rutina consiste en recolectar los intereses de un grupo de deudores a los que, en caso de que no puedan pagar, debe lisiar para poder cobrar el seguro de incapacidad y de tal forma cubrir el monto total del préstamo.

Ki-duk pasa la primera parte de la cinta regodeándose en la ingeniosa crueldad de su personaje principal, interpretado por el genial Lee Jeong-jin, mientras le regala al espectador secuencias absolutamente bestiales, con el único objeto de dejarlo en la más completa indefensión ante la aparición del segundo personaje protagónico, una bondadosa mujer mayor, que surge de la nada para revelarle al perverso recaudador que es su madre y que, presa de la culpa por haberlo abandonado durante su infancia, ha vuelto para pedirle perdón y hacerse cargo de él.

Es entonces cuando verdaderamente comienza el plato fuerte que Ki-duk le tiene preparado a su audiencia. Un plato cargado de giros inesperados, estupendas actuaciones e impactantes secuencias, en cuyo trasfondo reside un palpable odio al género humano, presentado a través de personajes que a lo largo de todo el metraje no consiguen el más mínimo atisbo de redención y que carecen, salvo en contados momentos, de esa empatía bondadosa a la que llamamos ingenuamente “humanidad”.

El negrísimo y devastador mensaje que Pieta transmite, en el que el amor y la bondad terminan por convertirse en la debilidad que destruye a sus personajes, aunado al uso de una crudeza inusitada para exponer la trama, causó que su exhibición en el festival de Venecia estuviera rodeada de una intensa polémica, situación que no impidió que Ki-duk se alzara con el máximo premio del certamen, convirtiéndose Pieta en la primera cinta coreana galardonada como mejor película en alguno de los tres principales festivales internacionales.

Es evidente que el director de Spring, Summer, Fall, Winter… and Spring está de vuelta y con más bríos que nunca, dejando en claro con Pieta que, no sólo no está dispuesto a realizar concesión alguna para el espectador, sino que gustosamente lo hará sufrir a través de la explotación, tanto de sus sentimientos viscerales más primarios, como de sus más perversas facetas psíquicas, situación que esta oda suprema a la venganza y al más sufrido y desaforado amor filial no hace mas que constatar.

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