A simple vista el acto de la provocación cinematográfica parece tarea fácil, sin embargo, pocos son los autores que consiguen retar a su público sin caer en un repetitivo cúmulo de clichés. ¿A alguien le asusta en la era del porno por Internet ver una felación en primer plano? ¿Hay acaso alguien en los tiempos de ISIS o de los narcos mexicanos que se impacte con una decapitación, o con la visión de un montón de tripas que aterrizan en un suelo blanco? La capacidad de asombro, mermada por la salvaje realidad que nos bombardea diariamente desde nuestras pantallas televisivas, pareciera haber complicado en demasía el trabajo del provocador cinematográfico.
Casanova se asume en todo momento como provocador, y la atmósfera del filme –reminiscente en más de una ocasión al John Waters de Female Trouble– está compuesta por una dualidad francamente brillante que entremezcla las situacione límite de su narrativa –prostitución, pedofilia, masoquismo, mutilaciones, muerte, coprofagia, violaciones, etc– con un desarrollo estético de gran delicadeza, cuya sobreutilización de los tonos rosados y lilas, aunada a la virtud de que la construcción de los personajes es todo menos unidimensional, desemboca en un inusitado fenómeno transformativo que convierte escenas de crudeza indecible en secuencias de gran calidez humana.
Pieles es un filme ambicioso, que en su brevedad consigue esbozar un cúmulo de personajes fantásticos cuyo gran propósito es demoler –cada uno desde su trinchera particular– el canon imperante de belleza occidental. Ahí vemos a Jon Kortajarena, uno de los modelos más atractivos del mundo, irreconocible en el papel de un hombre completamente quemado; o a Secun de la Rosa como un personaje obsesionado por recuperar el amor de una mujer facialmente deformada; o a la fantástica Ana Polvorosa como la chica del ano por boca y la boca por ano, que ansía ser besada por primera vez.
El resultado es un filme que reactiva el espíritu contestatario de la provocación cinematográfica, en un panorama fílmico contemporáneo donde aquellos que buscan generar una reacción potente en el público lo hacen más con la víscera que con la inteligencia. Por fortuna Eduardo Casanova tiene tanta víscera como cerebro, y su primer largometraje es prueba de ello. Habrá que observar muy de cerca lo que le depare su futuro cinematográfico.