Pacific Rim (2013)

El mundo occidental vive una era caracterizada por el exceso. Ya sea a través del consumismo desaforado; del amor incendiario, instantáneo y fugaz; o de la necesidad por probar absolutamente todo lo que la vida tiene para ofrecernos (siempre y cuando no nos requiera un gran esfuerzo), en todo momento queda patente la insaciabilidad emocional, mas no intelectual, de una sociedad moderna que se ve desbordada por una gigantesca marejada de estímulos.

Una vez levantada la censura, siempre tácita, que se impuso después del atentado del 11 de Septiembre a las secuencias fílmicas de destrucción masiva de ciudades, y gracias al avance exponencial de la tecnología relacionada con la creación de efectos visuales, esa cultura del exceso y del constante deseo por superar la espectacularidad de las manifestaciones artísticas que preceden a una nueva obra, resurgió dentro del cine de acción contemporáneo, en forma de una carrera monumental para ver quién creaba la cinta de acción más vertiginosa y espectacular.

El problema principal radica en que dicha carrera, donde el ingenio visual de los directores y animadores se pone a prueba hasta niveles insospechados, está fundamentada en conceptos y en juegos narrativos que llevan décadas de explotación y que son reutilizados, sin la menor preocupación por la reinvención de situaciones, por compañías (no directores), enfocadas a producir piezas fílmicas de fácil digestión y elevado consumo.

El caso de Pacific Rim, una de las supuestas cartas más fuertes del 2013 en cuanto a blockbusters se refiere, constituye un esfuerzo bastante atípico y de interesante análisis. Por un lado se tiene a Guillermo del Toro, uno de los directores méxicanos más importantes a nivel internacional, cuyo amor a los cómics y a la fantasía queda probado, más allá de sus declaraciones, con obras icónicas como Cronos, El laberinto del Fauno o los dos filmes sobre el personaje de Dark Horse Comics, Hellboy. Por otro lado se encuentra la compañía productora Warner Brothers, que en asociación con Legendary Pictures, invirtió 180 millones de dólares en la realización de un producto que, evidentemente, intentaron catapultar no como una cinta para aficionados a los mangas japoneses de robots gigantes, sino como una película eminentemente comercial.

En una combinación de los tres factores anteriores: la visión de un talentoso director; el deseo por superar la espectacularidad de las previas cintas de acción del verano; y una compañía productora para la que el cine es simplemente el resultado de un análisis financiero; nace Pacific Rim, un atípico Frankenstein fílmico que narra la lucha en la que se embarca la humanidad entera, o al menos muchas ciudades costeras, para derrotar a una raza de bestias alienígenas que, utilizando un portal dimensional en algún punto del Océano Pacífico, comienzan a invadir gradualmente la tierra.

Con un breve prólogo en el que se muestra el estado de un mundo derruido por años de batallas contra una serie de monstruos de los que ignora prácticamente todo, Pacific Rim abre su metraje con una secuencia absolutamente espectacular, en la que se describe el proceso generador de una serie de robots gigantes bautizados como Jaegers, los cuales exponen su utilidad en una batalla inicial, estupendamente filmada, que eleva las expectativas del espectador hasta niveles insospechados y que será, hasta cierto punto, el resumen de las dos horas restantes de metraje.

Un grupo de conceptos bastante atractivos se desdoblan conforme la película avanza, tales como la necesidad de utilizar dos pilotos para compartir la carga neuronal que implica conducir a un Jaeger; el requerimiento de que dichos pilotos estén fusionados mentalmente al grado de compartir sin restricción alguna los pensamientos del otro; o el misterioso origen y propósito de los alienígenas, los cuales se adaptan y aprenden con cada ataque, enviando por el portal criaturas cada vez más poderosas.

Por desgracia, las posibilidades dramáticas que Guillermo del Toro podría haber obtenido del guión que escribió junto a Travis Beacham, autor de la historia original, se pierden por completo gracias a la sobreutilización de batallas tan épicas como largas, y a recursos narrativos que resuelven la historia con los elementos más cliché que el espectador pueda imaginar. Elementos que, con perdón de los fanáticos del director mexicano, denotan una pereza supina y una completa falta de imaginación al momento de escribir y definir los alcances y posibilidades de la historia.

El extraordinario trabajo técnico detrás de Pacific Rim es palpable a través del magno conjunto de secuencias de acción absolutamente espectaculares, que aprovechan al máximo las posibilidades del 3D y que son capaces de crear escenas tan hermosas como la de ese Jaeger que, derrotado, se desploma sobre la nieve, mientras un padre y su hijo lo ven, aterrados y maravillados a la vez, en el fin de la batalla inicial.

Sin embargo, toda la perfección técnica de la película queda manchada por el pésimo trabajo actoral del protagonista de la cinta, de cuyo nombre no quiero siquiera acordarme, así como por el forzado papel de Idris Elba, como el jefe del escuadrón Jaeger, que con su “cancelación del Apocalipsis” se lleva el Oscar al peor discurso motivacional del año. Únicamente son rescatables los fugaces momentos, genuinamente divertidos, en los que surgen las figuras de Ron Perlman y Santiago Segura como dos traficantes de órganos alienígenas, así como Charlie Day y Burn Gorman como los científicos estrella del programa Jaeger.

El mal casting de la película, que incluso pienso que puede haber sido culpa de la productora, dejándole tal vez libre elección a Del Toro únicamente en los personajes secundarios, es perdonable, sin embargo, el manejo que se hace de la historia, desaprovechando completamente las posibilidades narrativas que proporcionaba la fusión mental de los pilotos, y resolviendo toda la trama con el innovador concepto de “la bomba en el agujero”, ciertamente no lo es. Olvídense de Evangelion o de Mechagodzilla. Pacific Rim es, en sí misma, sin necesidad de comparaciones, y por desgracia, una cinta que más allá de sus efectos visuales resulta completamente intrascendente.

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