La arquitectura ha jugado un papel crucial dentro del cine de terror desde sus inicios. ¿Quién podría olvidar la sensación de opresión que se desprendía de aquellos callejones delimitados por casas deformadas y lúgubres en Das Cabinet des Dr. Caligari, o la arquitectura pesadillesca y llena de inconsistencias, que tantos análisis ha motivado, del misterioso hotel de The Shining? Sin embargo, es a través de la casa embrujada que la arquitectura asume su máxima influencia en el cine de horror, encontrando en ella las cualidades, ya no de un elemento delimitante o catalizador de atmósferas, sino de un personaje central y crucial, que funge al mismo tiempo como eje narrativo y como ente devorador, en cuyas entrañas se desarrollará de forma invariable el martirio de aquellos que osen cruzar su entrada.
Colgándose en parte del éxito que han tenido en los últimos cinco años las cintas de casas embrujadas, y valiéndose de una atmósfera que trata de reproducir lo mostrado en The Conjuring, película que también se estrenó en el 2013 bajo la batuta del mayor obseso del cine de casas embrujadas contemporáneo, James Wang, el director norteamericano, Mike Flanagan, decidió reconfigurar la estructura de la casa embrujada como un ente que, más que actuar como una amenaza física contra sus ocupantes, libra una batalla contra ellos en ese universo completamente anárquico y fuera de toda regla espacio-temporal que existe dentro de sus mentes.
Oculus relata la historia de dos hermanos, mediocremente interpretados por los jóvenes actores Karen Gillan y Brenton Thwaites, quienes después una serie de eventos traumáticos durante su niñez, deciden volver a la casa donde dichas atrocidades ocurrieron, para enfrentar a un malévolo espejo en el que supuestamente habita una entidad capaz de jugar con sus mentes y sumergirlos en un estado de alucinación colectiva.
Es entonces cuando el filme se transforma en una especie de thriller psicológico, que sacrifica el horror puro y duro en favor de una batalla metafísica en la que los protagonistas, sumergidos en una realidad casi siempre manipulada por el funesto espejo, viajarán en el tiempo para enfrentar a sus demonios del pasado, mostrándose de tal forma ante el público la trágica y violenta historia de los dos hermanos.
Por desgracia, el cúmulo de buenas intenciones argumentales que constituyen el metraje de Oculus, se queda bastante corto en muchos aspectos. Donde Insidious y The Conjuring triunfaron al crear una atmósfera endiabladamente perturbadora, Oculus fracasa al plantear una historia que desaprovecha la utilidad de la casa como elemento protagónico, centrándose mucho más en el desarrollo psíquico de un conjunto de personajes cuyas acciones, siempre penosamente descabelladas, actúan en contra de esa duda que debería quedar en la mente del espectador, y que evidentemente Flanagan busca fomentar, respecto a la veracidad de los eventos presentados en pantalla.
Es ese paupérrimo desarrollo argumental sobre el que se construye la cinta el culpable de que, de forma irremediable, se pierda el balance entre realidad y ficción de una historia que debería quedar abierta a la interpretación, y cuya conclusión no hace mas que trivializarla de la peor forma posible.
A pesar de lo anterior, no todo es reprochable en este alucinatorio viaje de terror, ya que Oculus se muestra como una clase magistral de edición, en donde Flanagan exhibe todas sus capacidades técnicas al saltar de pasado a presente y de realidad a fantasía en un abrir y cerrar de ojos, apoyándose en delicadas elipsis que por sí mismas constituyen un espectáculo digno de contemplarse con gusto.
No insufrible, pero tampoco memorable, Oculus coloca a Mike Flanagan como una fuerte promesa del cine de horror que, esperemos, pueda en algún momento aplicar sus habilidades técnicas en un guion que valga la pena.