Nuit et brouillard (Night and Fog) (1955)

Incluso un paisaje tranquilo, incluso un prado en tiempos de cosecha con cuervos acechando y montículos de pasto, incluso un camino por donde automóviles, campesinos y parejas deciden transitar, o incluso una villa vacacional con su pequeña feria de pueblo, pueden fácilmente transformarse en un campo de concentración.

Es con esas palabras, que incorporan la brutalidad del hombre al paisaje como una característica meramente naturalista, que Alain Resnais decide abrir su célebre documental Nuit et brouillard, una pieza extraordinaria de cine que lo catapultaría a la fama y que se convertiría en una referencia obligada para los adeptos de la narrativa documental.

¿Pero qué es lo que convierte a esta cinta de media hora en uno de los filmes más trascendentes de su época? La respuesta comienza a dibujarse desde los primeros segundos de metraje, en los que la voz del actor Michel Bouquet inicia este particular acercamiento a la historia del holocausto, narrando las influencias arquitectónicas de los campos de concentración. Con un tono que llega incluso a ser cómico se repasan mediante fotogramas las torres de vigilancia de estilo alpino, estilo garage o estilo japonés, en un preámbulo fantástico que establece la tónica de un filme cuya principal característica será la punzante ironía del narrador.

El monólogo escrito por Jean Cayrol y utilizado por Bouquet para relatar con pavoroso detalle las atrocidades vividas en los campos de concentración, se desplaza cómodamente de la narración de escenas descarnadas a la más elaborada poesía, que sin estar exenta del horror de la guerra, es capaz de llevar al espectador a un maravilloso estado de goce estético.

Resnais disecciona una innumerable cantidad de secuencias del archivo histórico de la segunda guerra mundial y las hila perfectamente con el discurso del narrador, al grado de ser capaz incluso de encontrar imágenes tan visualmente poéticas y devastadoras como la de una carta que, en la vana esperanza de que alguien la encuentre, es aventada desde un tren atestado de prisioneros judíos para perderse irremediablemente entre el balasto de las vías.

La corta duración del filme de Resnais no hace mas que acentuar el impacto de un hecho histórico que, a pesar de haberse interpretado de mil formas y ser ampliamente conocido, puede llegar a ser muy efectivo en manos de un artista inteligente, en este caso personificado por un Resnais joven, que en Nuit et brouillard encontraría el preámbulo para su magnífica Hiroshima mon amour.

El estupendo ejercicio de narrativa y síntesis que se desarrolla a lo largo de los treinta minutos de metraje constituye un hito en la historia de la cinematografía mundial, en el que una tras otra desfilan frente al espectador imágenes que, sin concesión alguna, nos obligan a recordar ese omnipresente instinto animal de supervivencia y crueldad del que nunca podremos escapar.

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