Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (1922)

Una sinfonía de horror. No se puede describir de forma más concisa y acertada a esta obra de arte, que veintisiete años después de que los hermanos Lumière proyectaran la famosa llegada del tren que marcaría el inicio del cine, se estableció como un parámetro casi insuperable, no tan sólo dentro de su género sino como obra de arte cinematográfica en general.

Friedrich Wilhelm Murnau, el apasionado visionario encargado de realizar esta obra maestra del horror, no tuvo una tarea fácil, ya que en un principio pretendía adaptar fielmente la novela de Bram Stoker, pero por problemas de derechos de autor se vió obligado a modificar algunas partes y nombres para poder realizar la cinta. Aún así la película sufrió las embestidas de la viuda de Stoker, que demandó que se destruyeran todas las copias de Nosferatu, fracasando afortunadamente en su intento.

La historia del Conde Orlock, un vampiro sórdido y monstruoso que desea comprar una casa cerca de los Hutter, pareja que representa a los Harker de la novela original, es tan pero tan tétrica que es imposible no sentirse profundamente impactado por sus imágenes. La elección de Max Schreck, actor del que se sabe muy poco y cuya filmografía está casi totalmente perdida, para encarnar al Conde Orlock, es el mayor acierto de la película, convirtiéndose gracias a esta obra en una de las estrellas silentes más trascendentes y cuya desconocida vida ha alimentado millones de leyendas acerca de su verdadera naturaleza.

La atmósfera presentada en Nosferatu es algo digno de admiración y no es ninguna casualidad, ya que Murnau, un incansable estudioso del cine, no dejaba nada al azar, controlando hasta el último movimiento de los actores con su metrónomo y dibujando el mismo las escenas que posteriormente filmaría con lujo de detalle. Todo esto, aunado a la tonalidad granulosa e imperfecta del celuloide, genera una experiencia cinematográfica única e irrepetible.

Cuando llega esa climática escena iluminada por un rayo de luz cegadora y pura, nos damos cuenta que estamos ante una obra magna, inolvidable, imperecedera y perfecta, que cierra su metraje con un cuadro inolvidable, inscrito con letras doradas en la historia del arte y que al oscurecer posteriormente la pantalla nos deja la angustia de que dificilmente veremos algo superior en nuestras vidas.

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