Noruwei no mori (Norwegian Wood) (2010)

Haruki Murakami, el referente más inmediato de la cultura pop literaria, está convirtiéndose poco a poco en una gran mina de oro.
No conforme con vender millones de copias de todas sus novelas alrededor del mundo, ahora ha cedido los derechos para llevar al cine una de sus obras más populares, acción con la que recolectará aún más yenes de sus numerosos seguidores y que le servirá para atacar al mercado de los pocos ermitaños que todavía no lo han leído.
La responsabilidad de adaptar esa cadena de amores no correspondidos que es Norwegian Wood, recayó en la figura de Anh Hung Tran, director vietnamita que saltó a la fama con su primera película, The Scent of Green Papaya, que le valió la Caméra d’Or en el festival de Cannes y que lo posicionó como uno de los directores asiáticos a los que había que seguir de cerca.
Siempre he imaginado como nefasta la tarea de adaptar un libro muy popular a la pantalla grande, ya que, aunque suene como un gran sinsentido, la literatura y el cine son artes separados por abismos completamente infranqueables. Ya sé que muchos me dirán que la esencia de ambas manifestaciones artísticas es una historia que justifica tanto lo que se escribe como lo que se ve en pantalla, y aunque en parte tengan razón, también se vuelve evidente que la forma en la que se cuenta esa historia siempre influye en la percepción del espectador o el lector, por lo que la tarea de recrear la sensación que genera la lectura de un libro mediante algo completamente visual y auditivo siempre me ha parecido poco menos que imposible.
La situación se complica aún más cuando el libro que se va a adaptar tiene una extensión como el de Murakami, ya que la tijera hace su aparición y el filme termina siendo un compendio apresurado de los acontecimientos principales de la obra, dejando inevitablemente fuera detalles que seguramente algún lector echará de menos y que lo harán cuestionar el resultado final de la cinta.
Es por esto que también detesto analizar una película (por más que sea una adaptación) relacionándola constantemente con la obra que la originó, de forma que, dicho esto, el libro de Murakami quedará borrado de mi mente a partir de este párrafo.
Norwegian Wood es la primera película verdaderamente comercial que Hung ha dirigido hasta el momento y para ello recurre a dos de los actores juveniles más exitosos de Japón, Ken’ichi Matsuyama y la siempre excelente Rinko Kikuchi, que serán los dos ejes sobre los que girarán una serie de historias con la constante del amor no correspondido.
La historia básicamente versa sobre tres amigos, el primero, prácticamente ausente durante toda la película por su prematuro suicidio, se cierne como una terrible carga sobre los otros dos personajes: su novia, que padece una profunda enfermedad psíquica que le impide amar físicamente a sus parejas y su mejor amigo, completamente enamorado de la esquizofrénica mujer que inconscientemente condicionará todas sus relacionas sentimentales futuras.
Inicialmente la historia se cuenta de forma muy apresurada, haciendo guiños al libro con secuencias de apenas un par de segundos que terminan siendo intrascendentes y que sólo actúan en contra del ritmo narrativo de la cinta, sin embargo, conforme avanza el metraje, las taras se van solucionando para dejar en pantalla la esencia de este relato, que se basa en la descripción de una serie de personajes aparentemente marginales pero de fácil asimilación y que no termina por aportar nada conceptualmente digno de recordar. Esto se debe a que lo verdaderamente sobresaliente de Norwegian Wood no es su historia, sino el tratamiento visual con el que el fotógrafo Ping Bin Lee, quien ya había trabajado en la extraordinaria In the Mood for Love, moldea cada una de las secuencias en las que se desarrolla la historia utilizando un cuidado y un ingenio visual magistrales, que al conjuntarse con la excelente dirección de Anh Hung Tran quien exprime por completo la naturalidad y el talento de su elenco, logran sacar adelante una película que de otra forma estaría destinada al fracaso.
A pesar de que no soy en absoluto defensor de la obra de Murakami, la adaptación que se hace en esta ocasión del que probablemente sea su máximo logro literario, asume con acierto su guión y lo dota de un espectacular vestido que realmente vale la pena admirar.

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