Has decidido emprender un viaje nocturno en carretera junto a tu esposa y tu hija. Las luces de tu auto se reflejan en el pavimento de un camino que casi nadie transita a tan altas horas de la noche. Giras la cabeza y ves a tu esposa junto a ti y a tu hija reclinada en el asiento de atrás. Tus ojos vuelven al camino; todo está en su lugar. A lo lejos ves cuatro luces rojas, pero tu pie no se levanta del acelerador hasta que te colocas detrás de los dos automóviles que, lado a lado, controlan su velocidad para no dejarte pasar. Algo está fuera de lugar. Tocas el claxon y no hay respuesta. Escuchas el motor anclado en tercera velocidad y acercas un poco más tu defensa delantera al auto frente a ti. Podrías frenar un poco y permitirles ganar distancia; podrías tener paciencia pero tocas el claxon una vez más. Ante tu insistencia uno de los autos se aparta y te permite adelantarlo. Mientras pasas junto a los vehículos tu hija adolescente les hace una seña obscena. Ganas terreno acelerando, pero en el espejo retrovisor los autos que en un principio dejaste atrás comienzan a hacerse cada vez más grandes. Se acercan. Sientes el primer impacto y piensas que podrías haber hecho el viaje de día; que podrías haberte desviado; que si hubieras salido de tu casa minutos antes o minutos después nada de esto habría ocurrido. El impacto te saca del camino. Una de tus llantas delanteras: ponchada. El teléfono celular: sin cobertura. Del auto que se ha estacionado frente a ti baja un grupo de hombres. El líder se acerca y pega su rostro al vidrio que está apenas a unos centímetros de tu cara. Su rostro se ilumina y con una gran sonrisa se ofrece a cambiar tu llanta ponchada. Lo sabes: algo está terriblemente fuera de lugar.
El cambio de registro que Ford presenta respecto a su ópera prima sorprende por su brutalidad estética. Mientras los personajes de A Single Man estaban eternamente enmarcados en un halo de pureza visual, los de Nocturnal Animals se debaten entre esa misma pureza –exhibida a través del falso mundo de aristocracia y éxito en el que se desenvuelve la protagonista– y la profunda suciedad estética y moral de los personajes que se plantean en la funesta novela. Lo interesante del asunto es que Ford –haciendo gala de inteligencia y meticulosidad en la construcción de sus atmósferas– fusiona esos dos mundos supuestamente antagónicos en un único y terrible universo, donde el ser humano es sinónimo ineludible de miseria sin importar que esté vestido con un par de jeans empolvados y ensangrentados, o enfundado en un prístino traje Tom Ford.
Ford ataca con una virulencia inusitada y valiente al mundo que mejor conoce: la aristocracia estadounidense; convirtiéndose la cinta en un potente revenge-film sobre la vacuidad del éxito, el inexplicable y aterrador origen de la maldad, y finalmente sobre el fracaso vital ligado a la inexistencia de la vida perfecta –concepto que pareciera regir las aspiraciones del mundo occidental, pero que en los ojos de Ford se presenta como una idea hermosa pero definitivamente inhumana–.
Clase magistral sobre el manejo del flashback y el metarrelato en un filme, Nocturnal Animals es una película técnica y narrativamente impecable –sólo objetaría un claro error lógico en la parte final de la sección relativa a la novela, aunque a final de cuentas siempre puede decirse que el personaje de Gyllenhaal no era tan buen escritor– que funciona como prueba irrefutable de lo que ya intuíamos años atrás: A Single Man no fue un golpe de suerte y Tom Ford es sin duda alguna uno de los directores más sobresalientes de su generación.