Taxi Driver, The Conversation, The Wrestler, Bringing Out the Dead, etc. Películas que funcionan en base a la construcción de un único y memorable personaje, que gradualmente abandona su faceta individual para transformarse en una alegoría social capaz de criticar diversos aspectos de las relaciones interpersonales, del orden político o económico establecido, o de algún tema intrínsecamente relacionado con el modus vivendi occidental. Es este el camino que sigue Nightcrawler, la ópera prima del norteamericano Dan Gilroy, quien había fungido principalmente como guionista de cintas como Real Steel o The Bourne Legacy, y que ahora transforma a ese adorable Jake Gyllenhaal que enamoró al público norteamericano con Donnie Darko y Brokeback Mountain, en un desmesurado y glorioso psicópata.
Es la vertiginosa conversión que sufre el personaje de Jake Gyllenhaal, quien pasa de despojo humano a exitoso reportero de lo macabro, el tema central de la crítica que Gilroy hace al periodismo contemporáneo, ávido siempre de noticias que generen impactos potentes pero efímeros dentro de la mente del espectador promedio, promoviendo en todo momento el morbo y el rápido consumo de noticias que no requieran contexto alguno para ser narradas. Noticieros que ejercen el nivel más básico de voyeurismo, exhibiendo la muerte de personajes clasemedieros en violentos accidentes de tránsito, en asaltos o en riñas, mediante cápsulas informativas que, rápidamente asimiladas, desatan un torrente de endorfinas en el cerebro del espectador que, al ver el destino de las víctimas, se alegra de poder continuar con su mediocre rutina diaria.
Gilroy le regala a Gyllenhaal el papel más perturbador de su carrera al construir a ese hombre, hijo irredento del Internet, cuya máxima interacción social es a través de una pantalla, y cuyos modales se modifican drásticamente de situación en situación de acuerdo a lo que cree se espera de él. Un personaje que hasta cierto punto funciona como una representación del übermensch de Nietzsche: perfectamente alienado de su parte sentimental, creador de un nuevo código moral, y concentrado únicamente en el éxito, en la trascendencia y en el dinero (extenso compendio de conceptos que Gyllenhaal consigue transmitir desde los primeros momentos del filme con la ayuda de su impresionante rango de modulación facial).
En cuestión de estilo, la cinta está filmada y editada de forma extremadamente convencional, a pesar de que la cámara se encuentra a cargo del veterano Robert Elswit, quien en pocas ocasiones dentro del metraje intenta proponer algo interesante en cuanto a la composición de escenas, pero que consigue imprimir un ritmo narrativo trepidante que le permite al espectador desentenderse del aspecto estético y enfocar su atención enteramente en la trama.
Estupenda crítica a la obsesión mediática asociada al morbo y a la adicción del público moderno a lo grotesco y lo violento, Nightcrawler es un filme inteligente y mordaz que funciona, aunque nos cueste trabajo aceptarlo, como un aterrador espejo.