Moonrise Kingdom (2012)

Como antecedente para los que no lo conocen, Wes Anderson es un maniático, un controlador y un neurótico que ha intentado exorcizar sus incontables traumas familiares a través de siete largometrajes, cuyo tema central queda determinado de forma invariable por las complejas relaciones interpersonales que ocurren dentro del núcleo familiar. En definitiva, querido lector, es un hombre desequilibrado como tú o yo.

Tres años han pasado desde que Anderson estrenó la que en mi humilde opinión es su cinta más floja (Fantastic Mr. Fox), mediante la que intentaba dar un nuevo giro de tuerca a su ya gastada deconstrucción de las relaciones familiares con la incursión en el cine de animación cuadro por cuadro, creando un cuidado universo de fantasía visual en el que la forma lo era todo y el fondo quedaba completamente relegado a un papel secundario.
Es en este panorama de aparente decadencia argumental que Anderson estrena Moonrise Kingdom, la historia de un pequeño boy scout huérfano, que conoce durante una representación teatral a una niña profundamente antisocial con la que decide escapar, tan lejos como se pueda escapar dentro de una isla de apenas unos cuantos kilómetros en Nueva Inglaterra, hacia una solitaria playa, sin mayor plan que vivir la aventura y el momento.
Finalmente, el director que había alcanzado su pináculo narrativo y emocional en ese breve cortometraje titulado Hotel Chevalier,  consigue romper las ataduras autoimpuestas por su obsesión temática y entrega la menos cómica y más delicada de sus cintas. Un relato que mantiene intacto el peculiar estilo narrativo y visual de Anderson, pero que, inmerso en esa marejada de detalles y referencias conceptualmente onanistas mediante las que Wes perfila de forma invariable a sus personajes, hace surgir una historia que consigue, desde la cotidianeidad y desde la maravillosa visceralidad del amor infantil, inflamar nuevamente el corazón de aquellos que habíamos dado la espalda al director texano.
El elenco, que cuenta con la aparición de asiduos participantes de la filmografía de Anderson como Bill Murray y Jason Schwartzman, se enriquece con una impresionante lista de actores de primer nivel, como Tilda Swinton, Edward Norton, Frances McDormand y Harvey Keitel, quienes se divierten de lo lindo al formar parte de ese universo absolutamente irreal en estructura, pero profundamente real en esencia filosófica, al grado de que incluso el poco dotado Bruce Willis triunfa en su papel, dando vida al jefe de la policía de la isla, quien a su vez es el amante de la madre del pequeño protagonista.

A pesar del cúmulo de estrellas hollywoodenses inmerso en la elaboración del filme, por primera vez en su carrera, Anderson deposita su confianza en un par de niños desconocidos e inexpertos para dar vida a los dos personajes más elaborados de su cinta. El resultado no sólo es acertado, sino que construye una pareja absolutamente entrañable que además protagoniza algunas de las secuencias más hermosas que hemos visto en la filmografía de Wes, destacando sobre todo el encuentro que ambos tienen en una paradisíaca y aislada playa al ritmo de Francoise Hardy.

Como siempre, es la música otro de los elementos principales del cine de Anderson, quien en esta ocasión utiliza un soundtrack manufacturado por el exitoso Alexandre Desplat, el cual a su vez cuenta con una gran variedad de canciones de antaño, que devienen en la impenetrable atmósfera de melancolía y belleza que gradualmente se permea a lo largo del metraje.

Moonrise Kingdom es una película cargada de nostalgia, no sólo por la ubicación temporal del filme (1965), sino por el brillante homenaje que el guión, escrito por Anderson y Roman Coppola, hace a ese amor infantil que destruye la inevitable malicia del amor adulto y la transforma en esa utopía que el hombre, al hacerse mayor, busca incansablemente hasta el día de su muerte, sin percatarse de que nunca podrá igualar lo que ese leve toque de manos o ese beso torpe y húmedo le hizo sentir al inicio de su vida.

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