Moon (2009)

Muchos años han pasado ya desde que el ruso Andrei Tarkovsky presentó su épico viaje de ciencia ficción Solaris, en el que se abordaban los procesos mentales a los que se someten los exploradores intergalácticos sumidos en la más completa soledad espacial.

Más de tres décadas después, Duncan Jones, el hijo de un tal David Bowie, decide adentrarse una vez más en la compleja mente de aquellos aventureros espaciales, que en vez de enfrentarse a alienígenas, enormes naves o rayos de la muerte, se enfrascan en un duelo mucho más complejo. Una batalla consigo mismos.

El guión, escrito por el también director Jones, sitúa al espectador en un tiempo en el que la tierra finalmente ha descubierto una fuente de energía alternativa. Ubicado en la luna y explotado por una moderna estación lunar, el único requerimiento para obtener el preciado recurso es la permanente presencia de un técnico que controle dicha estación. Este trabajo recae en el único actor visible de la película, el extraordinario Sam Rockwell, que interpreta a Sam Bell, el solitario astronauta que estará acompañado en todo momento por un interesante robot vocalizado por Kevin Spacey.

La cinta da inicio cuando faltan sólo unas semanas para que se venza el contrato de tres años que tiene Sam para cuidar la estación lunar. Sin embargo, justo antes de concluir ese período final, sufre un accidente y queda inconsciente en un viaje de reconocimiento que hacía sobre la superficie lunar. Poco después abre los ojos nuevamente dentro de la estación con órdenes de no salir a la superficie hasta que un equipo de reconocimiento aterrice en la luna. En un intento por saber lo que está pasando, Sam logra abandonar la estación para encontrarse con algo que desatará el complejo dilema moral en el que se centra el filme.

Con gran habilidad, Duncan Jones plantea esta historia que cuestiona continuamente el libre albedrío del ser humano, degradándolo hasta un nivel puramente mecánico, lo que abre un debate sumamente interesante, sobre todo debido a que la cinta deja muchos detalles sin resolver para que el espectador pueda sacar sus propias conjeturas.

El manejo visual de la cinta, a pesar de que no tiene efectos especiales millonarios, genera una atmósfera fantástica, que se aleja del concepto clásico de las naves espaciales inmaculadamente blancas y lo convierte en algo mucho más creíble. Además es importante recalcar que toda la cinta está musicalizada por el genial Clint Mansell, que aunque deja un poco de lado los sonidos épicos de The Fountain o Requiem for a Dream, entrega un soundtrack delicado y fantásticamente envolvente.

El filme ha cosechado incontables elogios y premios alrededor del mundo, incluyendo la completa conquista del festival de Sitges, donde se llevó los premios a mejor guión, mejor actor y mejor película.

Moon es un filme que, además de poner a Duncan Jones bajo los reflectores internacionales como una joven promesa, constituye un regreso a la ciencia ficción intelectual y artística que muchas veces resulta poco rentable y escazamente apoyada. Este año está sin duda dejando lo mejor para el final.

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