Moebius (2013)

A lo largo del último lustro, todo ha sido desesperanza, tristeza, soledad y violencia en la mente de Ki-duk Kim. La casi insuperable depresión que padeció el director coreano desde el 2008, y que dio como resultado esa especie de exorcismo en forma de docuficción llamado Arirang, lo puso en contacto con su faceta creativa más renegrida, de donde extrajo Pieta, ese extraordinario relato cuasi ciber-punk sobre el amor/horror filial, y de donde ahora extrae Moebius, obra en la que, como si fuera presa de una desaforada obsesión por mostrar las mayores vilezas del ser humano, el director coreano continúa escarbando en los indescriptibles horrores del amor y el odio.

En Moebius, Ki-duk retoma el tema del incesto y las relaciones familiares enfermizas, para filmar la que hasta el momento es su obra más perversa, en la que una madre de familia, presa de una demencia momentánea motivada por las infidelidades de su marido, y tras un intento fallido por emascularlo, decide, como método de castigo indirecto al infiel esposo, castrar de un tajo a su hijo.

Intensísimo drama, Moebius sigue el devenir de ese joven protagonista que, con el sexo destrozado, queda anulado por completo de la sociedad que lo rodea, transformándose en un paria solitario y suicida que da pie a un análisis audaz y con dejos de brillantez descarnada, acerca del determinante papel que la sexualidad juega en nuestras vidas.

Por desgracia, la renegrida narrativa de Ki-duk peca de una exageración desaforada. Como si no fuera suficiente el maremagnum de explícitas mutilaciones; la terrible violencia sexual que infligen y se les inflige a los protagonistas del filme; y la descuidada cinematografía a cargo del propio Ki-duk, que dota a la cinta de una densa atmósfera de videohome snuff, la trama se fundamenta en una cadena incesante de desgracias y excentricidades psicológicas que embotan los sentidos del espectador y, de forma por demás irónica, le restan impacto a una cinta diseñada precisamente para violentar los sentidos del público.

Interesante como perversa galería del horror, pero muy alejada del estándar de calidad que ha alcanzado Ki-duk en ocasiones previas, Moebius no es más que un divertimento en el que el director coreano pone a prueba su capacidad para impactar, olvidando por completo cualquier tipo de balance narrativo, y sometiendo a su público durante hora y media a una gigantesca oleada de simbolismos, que de forma bastante evidente y ramplona juegan con la relación entre patriarcado, matriarcado, religión, sufrimiento y perdón, para aderezarse después con fuertes dosis de violencia y prácticas sexuales extremas, que reducen la experiencia fílmica a un reiterativo vacío nihilista.

Moebius es la primera gran muestra de que tal vez ya sea hora de que Ki-duk recupere el balance perdido y se aleje por un tiempo del shock burdo, repetitivo y absurdo. Ojalá.

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