Midsommar (2019)

“La belleza pertenece a la esfera de lo simple, de lo

ordinario, la fealdad en cambio es lo extraordinario”
-Las 120 jornadas de Sodoma
Advertencia: Si son alérgicos a los spoilers les recomiendo que vean la película antes de leer este texto.
Resulta difícil poner en duda la erudición del joven cineasta Ari Aster para construir el imaginario de lo grotesco. Apenas con dos largometrajes bajo el brazo, Aster se ha permitido elaborar un cine que se rebela contra las convenciones clásicas del horror asociado al grito súbito y al susto fácil, para reelaborar una teoría del terror fílmico a partir de los conceptos desarrollados siglos atrás con maestría por artistas como El Bosco, Goya, o Bruegel, cuyo terror pictórico partía del dominio absoluto de todo aquello que la vista humana procesa como abyecto. Un terror estático, revelado en completa majestad, que abreva tanto de los horrores de nuestro inconsciente (los ojos de Saturno devorando a su hijo), como de la semiótica cultural de quien percibe la obra (el Infierno de El jardín de las delicias, o los horrores genocidas de El triunfo de la muerte).
Aster disfruta la construcción atmosférica de la abyección, y sus dos películas han sido cátedras de ello: Hereditary desde una historia de flagrante horror psicológico/sobrenatural, y Midsommar desde un guión que, a pesar de estar construido a partir de los mecanismos narrativos clásicos del género slasher (un grupo de jóvenes simplones entran en un ambiente desconocido y adverso donde son masacrados uno por uno), dosifica mucho más sus horrores en favor de la construcción gradual de una historia enfocada en la gozosa catarsis que surge de una violenta ruptura amorosa.
Un grupo de estudiantes de antropología se disponen a pasar poco más de un mes en Hälsingland, una provincia en el centro de Suecia donde habitan los Hårga: integrantes de una pequeña comunidad autosustentable que una vez cada noventa años realizan un ritual de fertilidad terrestre en honor a sus deidades. El viaje de los jóvenes está motivado por el deseo de uno de ellos de hacer su tesis en rituales nórdicos, por la idea de vacacionar en un lugar desconocido, y en el caso de la protagonista por olvidar la violenta muerte de su familia, narrada por Aster en un extraordinario prólogo que funciona como vínculo de transición entre la oscuridad de Hereditary y la luminosidad de Midsommar.

De narrativa lineal y por demás sencilla (no acabo de comprender las críticas que declaran que la película “es difícil de entender”), Midsommar es una cinta típica de ruptura romántica ambientada en un entorno profundamente atípico. La historia de una mujer tímida y herida que abre los ojos al sinsentido de su relación amorosa y a las tácticas de manipulación emocional de su pareja, adquiere una dimensión emotiva superlativa mediante la interacción de la protagonista con la ¿secta? que los hospeda. Es a través de la cosmovisión de los Hårga, fundamentada en una existencia de armonía con la naturaleza que parte de un fascismo ritualístico colectivo, que Dani –interpretada con virtuosismo por la actriz “amateur” Florence Pugh– consigue superar su duelo familiar, y encontrar el acompañamiento social que no recibe en los brazos de su amado. Una historia bastante inspiradora y bonita de no ser por la multiplicidad de asesinatos que pueblan el metraje, y por el hecho de que Dani sacrifica una relación tóxica para entrar en otra relación controladora encarnada por su nueva familia colectiva.

Aster echa mano de un compendio de mitologías escandinavas para construir a sus Hårga, y la comunidad resultante exuda en todo momento el gusto del director estadounidense por los detalles, y a pesar de su minimalismo, el pequeño pueblo se percibe hipnótico en su estructura. Ya sea desde su espectacular arquitectura –imposible no enamorarse, por ejemplo, del edificio donde sucede el apareamiento ritual, compuesto por un prisma inclinado que se encaja en un pequeño vestíbulo emulando una grandiosa penetración– desde su cuidadosa elaboración del vestuario plagado de runas, o desde la multiplicidad de retablos que en todo momento anticipan tramposamente y sin contexto alguno el devenir futuro de la historia a los espectadores, el universo de Midsommar es de una belleza superlativa que encuentra su culminación en el privilegiado ojo del cinefotógrafo Pawel Pogorzelski, quien consigue, mediante las a veces flagrantes y a veces imperceptibles distorsiones alucinógenas del entorno, y mediante encuadres balanceados con gran inteligencia, construir una atmósfera ominosa en un lugar estéticamente imposibilitado para el horror.

Y ese horror, que surge a cuentagotas para no sobrecargar al espectador, y para generar puntos de inflexión cuidadosamente dispuestos a lo largo de la narrativa, funciona con asombrosa precisión incluso en los momentos en los que “falla” –como por ejemplo en el desaforado ritual de los saltos, que se revela con demasiada antelación hasta el punto de volverse hasta cierto punto anticlimático– sin embargo esos fallos se subsanan con creces mediante la construcción de la mitología del lugar, que culmina en secuencias memorables de glorioso delirio colectivo –véase entre otras la secuencia del rito final, o la bellísima escena del llanto colectivo, que nos remite al pasaje catártico escrito por Arthur Miller en The Crucible, donde las “brujas”, al borde del colapso histérico, responden en conjunto como un único ente emocional.

Una feel-good movie para todos los que alguna vez han salido de una relación tóxica, Midsommar es una obra que a pesar de sus tremendismos podríamos calificar como delicada y gozosa. Una reflexión fílmica sobre nuestro papel predeterminado sobre la tierra, sobre lo ridículo de nuestra búsqueda de trascendencia por encima del rol colectivo, e incluso una comedia negra sobre los patéticos encuentros entre antropología y realidad, que confirma los talentos de Ari Aster como uno de los directores más interesantes en activo. Director que según sus palabras se despide con esta cinta del género del terror. No importa. Estoy listo para ver su próxima película… ojalá sea una comedia romántica.

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