Futuros distópicos y apocalípticos se han planteado en incontables ocasiones dentro de la historia del cine. Tiempos oscuros en los que la humanidad se ve controlada (aún más que ahora) por fuerzas ocultas ya sea humanas o tecnológicas que juegan con la automatización de la sociedad y la completa erradicación del individuo.
Metropia, primer largometraje del director sueco Tarik Saleh, juega con los principios clásicos del futuro orwelliano, generando una historia mediante la combinación de sencillos clichés, que a pesar de ser completamente lineales y predecibles, contribuyen a generar un producto fílmico disfrutable que se sustenta en gran parte gracias a sus cualidades visuales.
La cinta se sitúa dentro de una Europa decadente en la era posterior al agotamiento del petróleo, unificada por una gigantesca red de metro en la que circulan millones de seres humanos mecanizados, a los que el gobierno controla mediante un misterioso jabón para el cabello. Es aquí donde un hombre, interpretado por Vincent Gallo y una chica a la que da vida Juliette Lewis, intentarán desmantelar el maquiavélico plan.
Con esta breve sinópsis se puede adivinar con facilidad el camino que sigue la historia de Metropia, sin embargo el excelente e innovador manejo visual hace que el filme tome un carácter completamente diferente y lo dota de un gran atractivo. Filmada con una técnica en la que se toman fotografías fijas y se animan mediante un postproceso digital, la película sigue el devenir de sus curiosos, mas nunca realmente interesantes personajes, manteniendo el interés del espectador gracias a la melancolía y fuerza visual de sus secuencias, que de haber tenido una historia más cuidada habrían conformado una obra memorable.
Es frustrante cuando una película que parece tenerlo todo termina quedándose a medio camino, sin embargo vale la pena ver Metropia por su aspecto estético y por la estupenda interpretación del polifacético Vincent Gallo.