Magical Girl (2014)

Después del éxito de su ópera prima, que asombró a propios y extraños al filmarse con tan solo 20,000 euros y una cámara fotográfica, el dibujante de cómics Carlos Vermut se convirtió de la noche a la mañana en uno de los directores más interesantes del panorama fílmico español. Tres años después, Vermut vuelve con Magical Girl: la progresión lógica del encomiable esfuerzo de economía y técnica evidenciado en Diamond Flash, que muestra lo que Vermut es capaz de realizar con un presupuesto “de verdad” y, más importante aún, con ese salvaje humor, enfermo y sórdido, que ha ejercitado a lo largo de su carrera como ilustrador y guionista, y que ahora refina para llevarlo a un nivel absolutamente demencial.

Armada como un brillante rompecabezas que revitaliza el sobreexplotado concepto de perfilar personajes aislados, para luego entrelazar sus historias de forma inesperada, Magical Girl es una lucha continua contra el lugar común, irónicamente construída con fuertes influencias del thriller clásico de los años sesenta y setenta (principalmente polanskiano), descontextualizadas y fundidas en una joya digna de alabanza.
Abrevando del estilo narrativo parco pero técnicamente impecable de cineastas como Claire Denis o Yorgos Lanthimos, el filme de Carlos Vermut entrelaza a tres personajes profundamente perturbados: un padre cuya hija sufre leucemia, una mujer emocionalmente inestable y un anciano exconvicto, todos reflejo de una España en crisis donde los sueños de progreso se han visto opacados por la deprimente realidad del desempleo.

Valiéndose de la tierna premisa de un padre que busca comprarle un último regalo a su hija moribunda, Vermut da paso a una concatenación de atrocidades verdaderamente impredecibles, que se construyen a través del desenfreno emocional de un trío de seres que por momentos parecieran carecer de la más elemental humanidad, pero que funcionan como un gran espejo deforme en el que el espectador verá, magnificados y distorsionados al punto del horror, aspectos innegables de su relativamente ordinaria cotidianidad.

A lo largo de dos horas de metraje, el virtuoso ojo del fotógrafo Santiago Racaj logra, mediante planos abiertos y una obsesiva construcción y deconstrucción de la simetría, introducir al espectador en un mundo que, si bien se siente familiar en un principio, comienza a llenarse de elementos visuales profundamente perturbadores y atípicos, potenciados por la brillante banda sonora “a piano puro”, interpretada por el músico Alessio Nanni.

Por si fuera poco, resulta sobresaliente el reparto que carga sobre sus hombros el complejo y devastador guión de Vermut. Desde la ternura naturalista de la pequeña Lucía Pollán, hasta el terrorífico desquiciamiento de Bárbara Lennie, cuya actuación le valió el Goya a la mejor interpretación femenina, todos los actores consiguen aceitar a la perfección esta pequeña y perversa pieza de relojería, que transforma a Vermut de curioso cineasta independiente a pieza clave dentro del panorama fílmico español. En definitiva: una de las grandes joyas del 2014.

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