Louder Than Bombs (2015)

Los humanos no estamos hechos para racionalizar la pérdida. Nuestra incapacidad para aceptar y entender a la desaparición de un ser amado como parte ineludible de la vida, ha generado una neurosis milenaria que históricamente se ha intentado resolver –con poco éxito– mediante dos mecanismos fundamentales: la religión y el arte.

La creación de expresiones artísticas que parten de un dolor tan universal como el de la pérdida van, al menos en el caso de la materia que nos atañe –el cine– desde burdos melodramas hasta complejos análisis de gran refinamiento intelectual. En la mente de Joachim Trier –director noruegodanés especializado en el tratamiento del dolor existencial (véanse las excelentes Reprise y Oslo, 31 august)– la pérdida es el colofón de un mosaico de recuerdos que se debate precisamente en el centro del melodrama y el refinamiento intelectual; un disparo que activa la memoria y equilibra, de manera casi siempre injusta, la balanza sobre las acciones de aquel o aquellos que ya no son más.

Louder than Bombs es el debut de Trier en el ambiente independiente hollywoodense, lo que generaba dudas al ver la participación del monocromático Jesse Eisenberg dentro del elenco, o al recordar los decepcionantes debuts norteamericanos de otros directores foráneos otrora brillantes como Chan-wook Park o Joon-ho Bong. Por fortuna, nada más empezar el metraje las dudas se disipan por completo al ver que todo el genio que Trier había exhibido en sus previas incursiones fílmicas permanece intacto.

La cinta retrata el viacrucis emocional de una familia completamente masculina: un padre y dos hijos que con motivo de la preparación de una exposición que conmemora la obra fotográfica de la fallecida madre/esposa, se reencontrarán con el duelo y con un rompecabezas emocional que ninguno de los tres integrantes de la familia podrá completar sin la ayuda de los otros dos.

Museo de sutilezas que ocultan verdades devastadoras, Louder than Bombs es uno de los análisis más despojados de glamour y cargados de verdad que se han filmado sobre el oficio del fotógrafo documentalista: ese ser que escoge cortar durante años las ataduras familiares y sociales para reinsertarse en sociedades completamente ajenas a él, en busca de la adrenalina del descubrimiento, para posteriormente enfrentarse a la violenta realidad de encontrarse extranjero tanto en el nuevo mundo como en aquel que dejó inicialmente atrás.

El reparto, comandado por la cada vez más brillante Isabelle Huppert en el papel de la madre/esposa exitosa, idolatrada, pero ulteriormente desconocida, es un póquer de actuaciones irreprochables que se confrontan con violencia y ternura en los recuerdos de las tres mentes que aún laten, y que buscan descifrar las motivaciones detrás de ese tótem materno cargado de un misticismo tan inmaculado como vil.

Una vez más junto a su fotógrafo de cabecera –el sueco Jakob Ihre– quien en esta ocasión continúa demostrando su capacidad para componer secuencias diseñadas para maravillar, Trier consigue superar con creces la prueba hollywoodense, sin ceder un ápice del arrojo con el que suele presentar sus historias, y creando una pieza de gran cine: ese que vive durante días, semanas, meses y años dentro del espectador.

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