Låt den rätte komma in (Let the right one in) (2008)

Imaginen una historia de amor increíblemente tierna e inocente entre dos niños, ubíquenla en las gélidas tierras de Suecia donde el sol sale apenas un par de horas en invierno y como toque final agreguen hombres colgados de árboles desangrados como cerdos, miembros cercenados y vampirismo. Este es el ambiente en el que se desarrolla una de las películas mas hermosas, delicadas y grotescas que haya tenido la oportunidad de ver.

Dirigido por Tomas Alfredson, este filme cuenta la historia de un niño de nombre Oskar, solitario y molestado cruelmente por sus compañeros de escuela, que comienza a relacionarse con una niña llamada Eli, la cual se muda al piso de al lado junto a un hombre mayor. Pronto nos damos cuenta de que la niña es un viejo vampiro y que el misterioso hombre que parece ser su padre, en realidad es una especie de cuidador que la protege y le consigue la sangre que necesita para vivir, asesinando brutalmente a hombres del pueblo. No se preocupen, no he contado nada que no sea revelado en los primeros veinte minutos de la película.

Como era de esperarse, la relación entre los dos niños se va haciendo cada vez más cercana, desarrollándose de forma paralela a los horrores asociados a la vida de un vampiro y al abuso que sufre Oskar día a día, hasta que ambas partes de la historia colisionan de manera perfecta en un clímax maravilloso.

Finalmente, después de casi un siglo, nos encontramos con un filme que desde mi punto de vista puede rivalizar directamente con la mítica y casi siempre indiscutible mejor película de vampiros de la historia, Nosferatu. Let the right one in sin embargo toma un enfoque completamente diferente al planteado por Murnau, revitalizando el género con una historia que explora la soledad a un nivel de complejidad bergmaniana y que logra secuencias de un nivel estético tan asombroso que cuando las recuerdo se me eriza la piel.

El guión, magníficamente cuidado, utiliza simples gestos insignificantes, miradas o movimientos, para descubrirnos la verdadera identidad de esos personajes aislados entre la nieve y la desesperanza con que ven la vida. El ritmo pausado de la cinta nos remite mucho más a una película “de arte” que a una de aventuras o acción, logrando lo que Claire Denis meramente acarició con su Trouble Everyday.

En el ámbito internacional, el filme se llevó el máximo galardón de los festivales de Tribeca y Sitges como mejor película y tuvo un éxito de crítica tan marcado, que la maquiavélica industria Hollywoodense se ha dedicado a preparar ya el remake gringo, ridiculez clásica de nuestros tiempos. Pero olvidemos estas minucias y concentrémonos en el punto de que finalmente tenemos un vampiro moderno, que define de forma absolutamente tajante nuestros tiempos como lo hizo el Nosferatu de Murnau hace ochenta y ocho años.

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