Las brujas de Zugarramurdi (2013)

El director español Álex de la Iglesia llevaba ya varios años enfermo de una penosa solemnidad artificial. Desde la filmación de The Oxford Murders en 2008, hasta la olvidable As Luck Would Have It en 2011, pasando por Balada Triste de Trompeta (ese aberrante experimento en el que intentó recuperar de manera lamentable la irreverencia que alguna vez lo caracterizó), la carrera del director que se ganó a pulso el reconocimiento crítico con cintas mayores como Acción mutante o El día de la bestia iba, por decirlo con suavidad, en flagrante picada.

Es de suponer que de la Iglesia percibió hasta cierto punto lo anterior y que, tras haber intentado realizar productos fílmicos que se deslindaran temática y formalmente de sus primeros éxitos, y ver que dichas cintas se comportaron de manera mediocre tanto en la taquilla como con la crítica, decidió finalmente volver a refugiarse en los derroteros de ese cine irreverente y pletórico de humor negro en el que ya ha quedado claro que se mueve como pez en el agua.

Las brujas de Zugarramurdi narra las aventuras de dos ladrones que, tras robar un establecimiento de compraventa de oro en la Plaza del Sol en Madrid, secuestran un taxi y deciden cruzar junto con el hijo pequeño de uno de ellos la frontera hacia Francia, sin contar con que justo antes de llegar a la ansiada meta deberán atravesar Zugarramurdi, un pueblo ubicado en Navarra, que según cuenta la leyenda tiene un perturbador historial de actividades relacionadas con la brujería y la práctica de magia negra.

Desde su imaginativa secuencia inicial, en la que se muestra un robo perpetrado por un Jesucristo, un soldado de plomo, y un Bob Esponja que metralleta en mano reivindica el honor de los artistas callejeros de la plaza, hasta la posterior transformación de thriller en comedia de horror, que en su bis más cómica utiliza elementos que recuerdan a los Fearless Vampire Killers de Polanski, y en su parte más lúgubre se remite estéticamente a los Lords of Salem de Rob Zombie, el filme constituye el regreso de de la Iglesia a lo que mejor sabe hacer, cine de entretenimiento puro y gran manufactura.

Violento y con las secuencias gore de rigor, el filme mantiene a pesar de esto un humor bastante afable y casi familiar, que en ningún momento resulta pesado, y cuya efectividad recae en los hombros del colectivo brujil, destacándose las actuaciones de Santiago Segura y Carlos Areces como dos hilarantes brujas, Carmen Maura como la líder de las malvadas mujeres, y Mario Casas como el divertidísimo patiño del protagonista.

Durante hora y media de metraje, de la Iglesia crea una alegoría de la batalla de los sexos, reduciendo los argumentos al primitivo punto de vista que muestra a todas las mujeres como un conjunto de brujas histéricas y a todos los hombres como un ato de imbéciles apocados sin remedio, encontrándose eventualmente el equilibrio a través del romance que surge entre el personaje de Hugo Silva, hombre divorciado y ladrón irredento, y el de Carolina Bang, una especie de demencial vampira punk que logra abolir la histeria femenina en pos del equilibrio de los arquetipos masculino y femenino.

Misógina y misántropa por igual, Las brujas de Zugarramurdi termina siendo una experiencia fílmica bastante divertida, que muestra a un Álex de la Iglesia mucho más suelto y sin mayor pretensión que la de divertirse filmando una comedia, situación que se hace evidente a través del metraje, y que se agradece con risotadas que le permiten recuperar al espectador la fe en un director que vuelve a recordarnos que aún tiene algunos trucos bajo la manga.

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