-Corazones sensibles, corazones fieles, que censuráis el amor ligero, dejad vuestras quejas crueles. ¿Acaso es un crimen cambiar? Si el amor posee alas, ¿no son para revolotear?-
El devastador prólogo con el que da inicio La règle du jeu, una de las obras magnas del director parisino Jean Renoir, hijo del célebre pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir, pone en claro el punto de vista bajo el que se va a desarrollar el contexto de una de las cintas más lúcidas acerca de la utopía del estático amor eterno, así como de los conflictos relacionados con la infidelidad y la eterna insatisfacción sentimental del ser humano.
Imposible es olvidar la secuencia inaugural de esta película, en donde una masa enorme de reporteros intenta acceder al lugar donde, después de veintitrés horas de vuelo, aterrizaba un heroico piloto que había conseguido atravesar el océano Atlántico en su pequeña avioneta. El hombre desciende del avión entre vítores y gritos de la prensa, solo para darse cuenta de que su gran amor, la esposa de un aristócrata francés, no ha ido a recibirlo. Con los micrófonos de la radio ávidos por captar la primera declaración del piloto, el joven irrumpe en reclamos contra la mujer que según él había propiciado la descabellada proeza y que ahora lo ignoraba completamente. Los momentos de lucidez poética de Renoir apenas comienzan.
Días después, con motivo de una fiesta en la casa de campo del aristócrata, el piloto volverá a ver a su amada y La règle du jeu comenzará su verdadero desarrollo narrativo, que navega entre una perene tonalidad de comedia ligera y una segunda capa de intensa melancolía, en la que los múltiples protagonistas se enfrentan al desvanecimiento de sus relaciones, mientras sucumben ante sus deseos y ante las vanas esperanzas de alcanzar el amor idealizado. Fracasan una y otra vez en océanos de sensualidad y engaños amorosos que todo el mundo percibe, pero que toleran en silencio con asombrosa tranquilidad.
La capacidad de Renoir para transmitirle a la audiencia los conceptos filosóficos que fundamentan su teoría del amor y su crítica a la estratificación social es admirable, pero el dominio de la cámara y de la composición estética que demuestra a lo largo de cada secuencia, por corta que ésta sea, es simplemente abrumador. Renoir utiliza encuadres dinámicos completamente adelantados a su época, en los que una multitud de planos de acción ocurren de forma simultánea gracias a la gran profundidad de campo, dando como resultado secuencias de gran complejidad que después de más de medio siglo siguen asombrando e impactando.
Reflejo de la sociedad aristocrática francesa justo antes del inicio de la segunda guerra mundial, La règle du jeu fue censurada por el gobierno francés debido a que se consideró una película desmoralizante y moralmente cuestionable, con lo que el filme de Renoir fue un absoluto fracaso de taquilla y poco después fue destruido durante la guerra en una serie de bombardeos. Milagrosamente en 1959 se encontraron todos los negativos, con excepción de una pequeña escena que de acuerdo al propio Renoir no era determinante para la historia. La restauración permitió que la película se estrenara nuevamente bajo un contexto social diferente, situación que provocó una gran acogida crítica y una revaloración del filme.
Al final de La règle du jeu una neblina de repugnancia envuelve a todos los personajes, que a lo largo de la cinta se revelan como autómatas sin un propósito mayor que vivir por vivir, adictos a sentir, a desear y a amar, mientras pululan erráticamente por la tierra del mismo modo que el espectador que, una vez concluida la película, se levantará de su asiento y volverá a casa, sin darse cuenta de que tiene mucho más en común con esos personajes de lo que está dispuesto a reconocer.