La piel que habito (2011)

La piel que habito termina con una risotada inevitable, una risa en la que el público se mofa amistosamente de la evidente complejidad del guión con el que Pedro Almodóvar, el director español más popular de los últimos veinte años, supuestamente incursiona en el género de terror. Esas risas, ya sean buscadas o involuntarias, que algunas veces se transforman en carcajadas, llegan a repetirse en incontables ocasiones a lo largo de todo el metraje, en el que cada fotograma pareciera llevar la firma de Almodóvar en enormes letras rojas.

Pedrito es presa de su estilo, de su autodefinición, de su deseo por ser un “autor” de peso (que sin duda lo es) y se esfuerza demasiado al intentar compatibilizar su comedia Almodovariana con los códigos de terror inspirados (calcados) por la extraordinaria Les Yeux Sans Visage, película con la que Georges Franju inscribió su nombre en la historia del cine.

El esfuerzo sobrehumano de Almodóvar lo descoloca, lo saca de balance y lo impulsa a filmar una primera parte de la cinta en la que busca, mediante una falsa solemnidad, generar tensión a través del Almodóvar más tedioso e insoportablemente pretencioso que he tenido la oportunidad de ver. En esta ocasión, la historia versa alrededor de un eminente cirujano plástico (Antonio Banderas) que ha conseguido, mediante la mutación de células de cerdo, generar una piel extremadamente resistente para trasplantar a víctimas de accidentes.  El hombre, que vive recluido en el laboratorio que tiene en una finca de Toledo, mantiene cautiva a una misteriosa paciente (Elena Anaya) con la que aparentemente realiza experimentos y que es el eje de la compleja maraña de historias que poco a poco se desenvuelve en pantalla.

Si algo queda claro después de ver La piel que habito es que la picaresca del director manchego es más fuerte que él, evidenciándose esto en el asesinato de la solemnidad con la que da inicio la cinta, a manos de uno de los personajes más torpes y burdamente manufacturados que ha escrito Pedrito en su larga carrera. Es a partir de este momento que el filme toma un carácter humorístico, que todavía ignoro si es intencionado o no, el cual destruye cualquier atisbo de horror o dramatismo que pudiera generarse en la audiencia, que es capaz de soportar sin pestañear horrores y situaciones supuestamente devastadoras, gracias al halo de ligereza que envuelve todo el relato.

La piel que habito centra sus esfuerzos narrativos en un giro de tuerca altamente imaginativo pero carente por completo de sentido emocional y lógico, que toma por sorpresa a la audiencia y que mejora considerablemente el ritmo de la cinta una vez que se revela, sin embargo, ese relato con capacidad para convertirse en un auténtico tour de force, desaprovecha su complicadísima esencia para perderse en detalles miserablemente simplones.

El filme cuenta con un elenco de gran profesionalidad, dentro del que Banderas recupera el papel de secuestrador con el que Almodóvar lo catapultó a la fama en la célebre ¡Atame!, pero interpretado con una tonalidad completamente oscura que por desgracia nunca logra conectar con el espectador, fenómeno que sufre incluso la siempre excelente Elena Anaya, cuyo papel de cautiva nunca llega a brillar.

Almodóvar recurre nuevamente a Alberto Iglesias para crear una banda sonora memorable, en la que la música juega un papel crucial a lo largo del metraje, elemento que junto con la fotografía de José Luis Alcaine se convierte en lo más satisfactorio de la cinta.

La piel que habito es una película que resulta finalmente divertida, pero que se aleja diametralmente de la promesa de un filme de terror y que queda muy por debajo de las obras clave de la filmografía del que alguna vez nos regaló esa entrañable Hable con ella. En fin, no se puede ser bueno todo el tiempo.

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