El cuerpo humano es una máquina fundamentada en el elemental principio de acción y reacción, dotada con la invaluable capacidad de activar una cantidad monstruosa de mecanismos que le permiten enfrentarse a los millones de estímulos que sobre él actúan día con día. Tanto si su objetivo es huir de las fauces de un león como si lo que pretenden es aparearse, las reacciones primarias o instintivas se saltan por completo el camino de la razón, acercándonos a ese misterio natural primigenio que sigue condicionándonos en todos los aspectos de nuestra vida y que sin duda sobrepasa nuestro entendimiento.
Curiosamente el goce estético, al que constantemente asociamos con el intelecto, en gran medida queda íntimamente relacionado con ese mundo instintivo que tanto conflicto nos genera y que crea un vínculo innegable entre el ser humano y el animal. Hecho que deviene en que las experiencias artísticas que consiguen excitar esa zona repudiada y oscura del cerebro son las que nos provocan mayor placer y las que nos marcan de por vida.
Hacía años que no me sentía tan emocionalmente impactado por un filme. La intensidad del cine de gran calidad que podemos ver en nuestros tiempos, ha sido incapaz de inducirme un estado de gozo equiparable al que Carl Theodor Dreyer me llevó con su interpretación del juicio de la célebre heroína francesa y santa católica Jeanne d’Arc en el año 1431, el cual culminaría con su ejecución a los 19 años de edad.
Con el negativo original destruido en un trágico incendio, Dreyer intentó ensamblar una nueva versión del filme con secuencias aisladas que había guardado y murió pensando que el corte original de la película se había perdido para siempre. Sin embargo, en 1981, el conserje de un manicomio en Oslo descubrió una copia abandonada en perfecto estado de la tan mitificada obra del cineasta danés.
Restaurada y editada en DVD por la estupenda compañía CRITERION, La passion de Jeanne d’Arc es una experiencia absolutamente brutal, en la que Dreyer recrea metódicamente el juicio religioso al que fue sometida la joven guerrera que se autodenominaba como enviada por Dios. Juicio que intentaba probar la herejía de ésta y justificar que en realidad era el demonio quien había motivado todas sus acciones.
El poderío histriónico del filme recae completamente en la legendaria actriz Maria Falconetti, cuya interpretación de Jeanne está considerada como una de las mejores de la historia y quien irónicamente tuvo una fugaz carrera de únicamente dos largometrajes. Es a través de los primeros planos, que Dreyer repitió hasta el cansancio, sometiendo a Falconetti a duras pruebas físicas para obtener de ella las más cruentas expresiones faciales de desesperanza, que se narran los juegos mentales a los que los jueces someten a la joven mártir.
Maravillosa es la forma en la que toda la cinta se desarrolla en escenarios puramente minimalistas, aderezados únicamente con la impactante expresividad del elenco, que actúa completamente desmaquillado por órdenes de un Dreyer deseoso de explorar las posibilidades visuales del entonces hiper moderno film panchromatic.
La passion de Jeanne d’Arc es un brutal shock directo al gozo estético instintivo, ya que a pesar de los majestuosos diálogos extraídos en parte de la transcripción que se conserva del juicio y en parte escritos por Dreyer, el impacto del filme mudo apela a nuestras concepciones más básicas del sufrimiento, utilizando un nivel de realismo pionero para su época, el cual provocó que fuera censurada en Inglaterra al momento de su estreno.
Las pulsantes secuencias de la cinta reciben ahora un acompañamiento inmejorable de la mano del oratorio que Richard Einhorn compuso expresamente para la película en 1994, creando una experiencia sonora equiparable a la apabullante belleza con la que se filman tanto el juicio como la catártica ejecución de la dama de Orleans.
Clásico indiscutible, La passion de Jeanne d’Arc es una cinta que echa por tierra el concepto de que un filme debe verse considerando la época en la que fue hecho, excusa planteada muchas veces para ensalzar obras cuyos ritmos o planteamientos han quedado obsoletos con el tiempo, situación que en ningún momento le ocurre a esta obra magna del cine, cuya impecable ejecución hizo vibrar a los espectadores que la contemplaron casi un siglo atrás y hará vibrar a las generaciones que tengan el gusto de enterrarnos.