Para Gabriel Serra la existencia no es más que una cruel danza de la carne. Desde la secuencia inicial de La parka, corto documental que Sierra hizo como una tarea para el Centro de Capacitación Cinematográfica de México, y que ahora está nominado al Oscar, se puede ver el interés del joven director de origen nicaragüense por el movimiento de la carne, por esa danza macabra en la que la naturaleza se descompone en explosiones de colores, olores y alaridos, para dar vida con su aparente destrucción a los millares de ciclos vitales que se entrelazan a lo largo y ancho del planeta Tierra.
Efraín es La parka. De su mano todos los días salen 500 balas para 500 vacas que posteriormente son desolladas y procesadas en el enorme rastro La Paz, del Estado de México. Ese personaje, inicialmente sombrío pero tan humano como cualquiera, funge como hilo dramático de la extraordinaria exploración formal que Serra hace de la estética de la muerte, fotografiando cada uno de los pasos del proceso que siguen los animales desde su llegada al rastro hasta su salida como anónimos trozos de carne, con una delicadeza y una intuición compositiva maravillosa.
Muros ensangrentados que bien podrían haber salido de la brocha de Pollock, estómagos que caen sobre bandas de producción en una secuencia que Cronenberg habría matado por dirigir, composiciones simétricas de luces y maquinaria, contrastadas con la buscada asimetría y la incapacidad de enfocar directamente a los cuerpos de aquellos seres que se dirigen ingenuamente hacia su muerte, generan un espectáculo tan devastador como hermoso.
En cuestiones argumentales, La parka intenta explorar las nociones éticas y morales que Efraín tiene sobre su, para algunos cruel y para otros necesario, trabajo, evitando en todo momento la búsqueda de ese guionismo poético tan común en los documentales con diálogos previamente escritos, para apostar por la honestidad del narrador que, con un dejo de timidez, y con las limitaciones de lenguaje de un hombre aislado por su trabajo y su bajo nivel educativo, abre los entresijos de su mente a una cámara que lo trata, no desde la condescendencia del que busca curiosidades en clases sociales que desconoce, sino desde el afán de presentar a un protagonista capaz de construir un sistema moral lo suficientemente eficiente como para justificar su polémica ocupación.
Brillante pieza de cine en la que Gabriel Serra se muestra como un joven que habrá que seguir muy de cerca en el futuro, lo único que queda ahora es desear que este cortometraje documental se alce el siguiente domingo con la estatuilla dorada más mediática de la industria del cine. Invoquemos a la suerte y a la fortuna que vienen de la mano del talento. Ojalá.
Nota: Afortunadamente alguien subió el documental completo a Youtube. Véanlo antes de que lo quiten.