La nuit a dévoré le monde (La noche devoró al mundo) (2018)

Siempre he tenido debilidad por acercarme a películas que ostentan títulos hermosos. ¿Acaso alguien puede resistirse a una cinta titulada Te prometo anarquía, o Yo soy la felicidad de este mundo, o There Will Be Blood? Yo, al menos, no.

El salto de fe que me lleva a ver una película únicamente por su título no es tan ciego como podría pensarse, ya que la habilidad de transmitir mediante cuatro o cinco palabras una emoción perdurable no es tarea trivial, y en una gran cantidad de ocasiones esa habilidad termina por traducirse en filmes que suelen perseguir de forma compulsiva narrativas o atmósferas cuyo fin es lo atípico. Tal es el caso de La noche devoró al mundo, un thriller zombi que en apariencia no es mas que un refrito de 28 Days Later (Danny Boyle, 2002) y Day of the Dead (George A. Romero, 1985), pero que dentro de su evidente reutilización de elementos cliché del género zombi consigue elaborar una interesante tesis sobre los horrores de la imperceptible y al mismo tiempo abrumadora soledad del hombre citadino contemporáneo.

La premisa la hemos visto repetida hasta el hartazgo: por alguna razón fortuita un hombre se pierde el inicio del apocalipsis zombi, y al recuperar la conciencia se percata de que el mundo ha sido invadido por hordas de violentos antropófagos regidos por un omnipotente instinto homicida, y dotados de fuerza y velocidad sobrehumanas. Del mismo modo, el director Dominique Rocher decide adoptar también la estructura en tres actos de la gran mayoría de los filmes del género zombi: un primer acto en que el protagonista descubre los efectos de la epidemia y elabora un plan de supervivencia adecuado a su entorno más inmediato; un segundo acto en que el protagonista consigue estabilizar su rutina de supervivencia; y un tercer acto en que un evento disruptivo tira por tierra esa estabilidad, dando pie al clímax del filme.

¿Por qué demonios habríamos de querer ver entonces esta película, además de por su hermoso título? La respuesta la da la interpretación del actor noruego Anders Danielsen Lie, a quien vimos como protagonista de las cintas más notables del director Joachim Trier, y que en esta ocasión vuelve a entregar una interpretación rica en matices emocionales, cuya fuerza constituye la mayor virtud del filme, y sirve de motor dramático para sustentar el retrato de la soledad de un músico que al verse atrapado en el interior de un edificio de departamentos rodeado de zombis parisinos, debe desarrollar con el paso del tiempo una serie de mecanismos emocionales para mantener en pie su cordura. Mecanismos que desglosan las tres necesidades más básicas del ser humano: el sustento, la creación intelectual, y el ejercicio del lenguaje (esta última auspiciada por el casi siempre genial Denis Lavant en clave de zombi domesticado).

Una vez terminada la catarsis final de la película, el espectador abandona la sala entre un mar de cuerpos desconocidos rumbo a su propio edificio anónimo de departamentos. Edificio donde prácticamente no conoce a nadie y donde se refugiará de la cada vez más flagrante incapacidad comunicativa de la sociedad moderna entre likes de Facebook y alguno que otro mensaje de Whatsapp arrrojado al vacío. El gran acierto de La noche devoró el mundo es transmitirnos con un golpe seco la anónima inmensidad de la ciudad que nos rodea, y la soledad antropófaga que se esconde en cada uno de sus pequeños departamentos.

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