Kimyô na sâkasu (Strange Circus) (2005)

Una pequeña niña escucha ruidos en el cuarto de sus padres, presa de la curiosidad abre ligeramente la puerta y los ve teniendo relaciones sexuales, sin embargo, el padre se percata de la curiosidad de su hija y se despierta en él un deseo aberrante. Para satisfacerlo, el hombre introduce a la pequeña en un estuche de violonchelo, cortando previamente un agujero a la altura de los ojos, de forma que la pequeña, presa en su claustrofóbica prisión ubicada justo en medio del cuarto conyugal, pueda presenciar los variados actos sexuales de sus padres sin que su madre se percate de la horrenda parafilia de su marido.

Lo anterior son los primeros minutos de una de las cintas más desconcertantes y salvajes que se han hecho sobre el tema del incesto, sin duda alguna uno de los crímenes más condenados dentro de la sociedad occidental, el cual es abordado de forma irrestricta por Sion Sono, director japonés que junto a Takashi Miike lleva la batuta en cuanto a radicalidad y atrevimiento fílmico se refieren dentro de la tierra del sol naciente.

Después de una primera media hora casi completamente onírica, en la que se contextualizan los recuerdos que la niña abusada, ahora escritora de novelas eróticas, guarda sobre su infancia, Sono se lanza en un grotesco pero brillante análisis sobre los sentimientos de culpa y venganza de sus personajes principales, a través de un relato a veces codificado como drama intenso y otras como pesadilla gore, que se vale de la ambigüedad de los pensamientos de su inestable protagonista para construir una historia de inesperados giros, cada uno más perturbador que el anterior.

Profundamente influenciada tanto narrativa como estéticamente por Audition, al grado de que incluso podría verse como una respuesta de Sono a esa legendaria cinta de horror que Takashi Miike había estrenado seis años antes, Strange Circus es una experiencia profundamente agresiva para el espectador promedio. No sólo la historia aborda de forma reiterativa temas moralmente reprobables e hirientes, sino que Sono se esmera en representarlos de la forma más gráfica e impactante posible, creando una experiencia no apta para estómagos sensibles, que sin embargo, lejos de funcionar como un festín vacío de sexualidad violenta, consigue desarrollar una historia potente, atractiva e intrigante.

La estupenda actuación de Masumi Miyazaki como la madre-hija protagónica es apenas la punta de lanza de un elenco demencial, estupendamente seleccionado por Sono, quien en esta ocasión también abreva profundamente de la filmografía de David Lynch, exponiendo a través de la propositiva cámara de Yûichirô Ôtsuka alucinantes mundos oníricos dignos de los rincones más oscuros de la mente humana.

Horripilante pesadilla que funge como una muestra más del gusto de Sono por los extremos, Strange Circus es una obra que será disfrutada profundamente por los fanáticos del director japonés, pero que tal vez sea un golpe demasiado fuerte para aquellos que experimentan su estilo fílmico por primera vez. Una vez hecha la advertencia, entre bajo su propio riesgo.

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