La desesperanza es una de las fuerzas psíquicas más poderosas y destructivas con las que se puede topar el hombre a lo largo de su vida. Profundamente violenta, esta manifestación mental se fundamenta en la suposición de que aquel individuo que intenta consumar una determinada idea o acción, de forma invariable, y por causas fuera de su control, terminará fracasando en todas y cada una de sus aspiraciones, situación que sume al ser humano en un limbo grotesco regido por la derrota constante, la eterna decepción y la renuncia a la sociedad.
Con Damnation, el director húngaro Béla Tarr inaugura su segunda etapa como realizador fílmico, alejándose de esa docu-ficción que había ejercitado en sus primeras cintas, para entrar de lleno en la exploración, completamente ficcionada, de un nuevo lenguaje visual absolutamente preciosista que, en combinación con un conjunto de tramas en apariencia minimalistas, pero cargadas de ponencias filosóficas extremadamente densas, terminaron por convertirlo en una de las figuras más trascendentes del cine contemporáneo internacional.
El guión que Tarr escribe junto a Lásló Krasznahorkai brilla por la extraordinaria complejidad emocional que se desarrolla a lo largo de una historia formalmente muy simple, en la que Karrer (Miklos B. Szekely), un hombre perdidamente enamorado de la cantante de un bar de mala muerte llamado Titanik, consigue un trabajo ilegal como traficante, el cual delega en el esposo de la cantante, para que éste abandone el pueblo por unos días y así Karrer pueda intentar conquistar el corazón de la femme fatale de voz angelical, brillantemente interpretada por Vali Kerekes.
Béla Tarr contempla el microcosmos de estos personajes, desafortunados todos, mediante un conjunto de asombrosas secuencias fundamentadas en hermosos planos abiertos y lentísimos travellings, en los que Tarr, junto al genial director de fotografía, Gábor Medvigy, le declara la guerra a los cortes de edición para dar como resultado un extraordinario cúmulo de pinturas en movimiento, cuyo virtuosismo compositivo emociona y quita el aliento.
Desesperados por vivir y aún más desesperados por sentir, los personajes de Damnation se sumen en una infinita espiral de deseos insatisfechos, que al no poderse satisfacer por sí mismos, dan lugar a acciones que terminan por colocarlos en un lodazal inexpugnable de desesperación, en el que, tanto los protagonistas como todos y cada uno de los habitantes del sórdido pueblo, lentamente se hunden, esperando con la desoladora paciencia producto de la desesperanza, el momento en el que la tierra termine por devorar, con ese lodo espeso engendrado por la lluvia perenne, la última piedra de los tejados de la ciudad.
Béla Tarr es incapaz de otorgar un atisbo de redención a sus personajes, y el nihilismo que se permea a través de la pantalla en Damnation termina siendo emocionalmente devastador, tanto para el público como para los personajes, a los que Tarr no sólo hace perder todo, sino que incluso arrebata la poca humanidad que les queda, equiparándolos con bestias que, bajo el estruendo de la lluvia, alcanzan a tocar ese fondo vital del que tan recurrentemente se habla pero que tan difícilmente se experimenta.
Obra que roza el mito de la perfección, Damnation es una de las piezas angulares del cine contemporáneo y uno de los relatos más impactantes que se han filmado sobre la bestia humana, sobre sus anhelos, sobre su búsqueda del amor, sobre su pobreza moral, sobre su simplicidad, y sobre su innata y desoladora desesperanza.