Los procesos detrás de la toma de decisiones durante la filmación de una película suelen ser opacos e inescrutables. Resulta ingenuo pensar que las elecciones argumentales y estéticas que dan forma a un filme emanan en su totalidad de las mentes del director, del guionista y del director de fotografía: personajes que sin duda tienen un papel importante durante el proceso creativo, pero cuyo poder de decisión palidece frente al de aquellos que abren sus carteras para que una película pueda existir.
Todo lo que la primera película hace con inteligencia –véase la potente representación del corrompido mundo adulto del pueblo de Derry, la aproximación a un horror que prefiere aterrar con la creación de una atmósfera en lugar de con un simple salto, o la entrañable construcción de los personajes protagónicos– en esta segunda cinta se sustituye por un catálogo reiterativo de lugares comunes del cine de terror, que se vuelve todavía más insufrible dada la estructura narrativa del filme, que funciona como una serie de aventuras individuales en las que cada personaje debe reencontrarse con su pasado (de la manera más esquemática y superficial posible) en la búsqueda de un amuleto que les permita derrotar al funesto It. Cinco aventuras que repiten la misma estructura y se resuelven todas y cada una de ellas con el clásico susto de grito puntual. Cinco aventuras que, además de carecer de inventiva, eliminan cualquier atisbo de un trasfondo narrativo que nos sugiera algo más perturbador que los horrores evidentes de un payaso sobrenatural, homicida y mordelón,
Tal vez el único instante que nos hace querer recordar los aciertos de la primera entrega ocurre en la última media hora del filme, gracias a una batalla que recupera en buena medida las habilidades de horror corporal y horror atmosférico que Muschietti había demostrado en el primer episodio. Lo triste del asunto es que para llegar a esa media hora final el público debe recorrer dos horas y media de inconsecuencias, sinsentidos, chistes pésimos insertados con calzador, y un desarrollo emotivo completamente inexistente, que en lugar de funcionar como una preparación para el clímax genera hartazgo e indiferencia ante la suerte de esos amigos que, sin lugar a dudas, eran mil veces más interesantes de niños.
Por si fuera poco, dado que Stephen King ideó para la novela original un final literalmente infilmable por su complejo horror cósmico y por sus demenciales implicaciones sexuales, Dauberman inventa una conclusión que, a pesar de los esfuerzos grandilocuentes de la construcción estilística de Muschietti, brilla por su torpeza al dejar una cantidad verdaderamente desproporcionada de cabos sueltos y caminos argumentales desperdiciados.
En fin. Si no han visto esta segunda parte les recomiendo autoconvencerse de que It murió en esa primera cinta de sutilezas y aciertos terroríficos. Les regalo tres horas más de vida, aprovéchenlas en algo útil.