It Chapter Two (2019)

Los procesos detrás de la toma de decisiones durante la filmación de una película suelen ser opacos e inescrutables. Resulta ingenuo pensar que las elecciones argumentales y estéticas que dan forma a un filme emanan en su totalidad de las mentes del director, del guionista y del director de fotografía: personajes que sin duda tienen un papel importante durante el proceso creativo, pero cuyo poder de decisión palidece frente al de aquellos que abren sus carteras para que una película pueda existir.

¿Por qué el primer capítulo de It, concebido también (en teoría) por el director argentino Andy Muschietti, es tan radicalmente diferente del segundo? La respuesta no es sencilla, sin embargo el hecho de que la adaptación fílmica de la célebre novela de Stephen King haya pasado de ser una cinta de horror caro (el primer capítulo costó 35 millones de dólares) a un producto verdaderamente industrial (el presupuesto del segundo capítulo fueron 70 millones de dólares) tiene mucho que ver. Si algo hemos aprendido con el paso del tiempo es que las decisiones más trascendentales en una industria del calibre de Hollywood no surgen del trabajo en solitario de una mente privilegiada, sino de la conciliación de un cúmulo de opiniones cuyo principal interés es maximizar la taquilla. La ecuación es sencilla: mientras más cara sea una película, menos control creativo tiene un director. 
Las declaraciones de Cary Joji Fukunaga tras abandonar el proyecto de escritura y dirección del primer capítulo de It por diferencias creativas fueron lapidarias: “Mi intención era hacer una película de horror poco convencional. Era un proyecto que no enbonaba en el algoritmo de maximizar la taquilla sin ofender al público estándar“. El guión de Fukunaga, quien había sido ovacionado por su trabajo en la primera temporada de True Detective, fue reescrito por Gary Dauberman para disminuir su agresividad, y a pesar de eso el primer capítulo conservó la potencia de una historia que construía su horror con pausa e inteligencia. Sin embargo para el segundo episodio Dauberman partió de cero, sin el esqueleto guionístico de Fukunaga, con el doble de presión dada la alta inversión del proyecto, y con una colaboración cercana de Stephen King (inexistente en la primera parte), que devino en un producto radicalmente diferente y francamente desastroso.

Todo lo que la primera película hace con inteligencia –véase la potente representación del corrompido mundo adulto del pueblo de Derry, la aproximación a un horror que prefiere aterrar con la creación de una atmósfera en lugar de con un simple salto, o la entrañable construcción de los personajes protagónicos– en esta segunda cinta se sustituye por un catálogo reiterativo de lugares comunes del cine de terror, que se vuelve todavía más insufrible dada la estructura narrativa del filme, que funciona como una serie de aventuras individuales en las que cada personaje debe reencontrarse con su pasado (de la manera más esquemática y superficial posible) en la búsqueda de un amuleto que les permita derrotar al funesto It. Cinco aventuras que repiten la misma estructura y se resuelven todas y cada una de ellas con el clásico susto de grito puntual. Cinco aventuras que, además de carecer de inventiva, eliminan cualquier atisbo de un trasfondo narrativo que nos sugiera algo más perturbador que los horrores evidentes de un payaso sobrenatural, homicida y mordelón,

Tal vez el único instante que nos hace querer recordar los aciertos de la primera entrega ocurre en la última media hora del filme, gracias a una batalla que recupera en buena medida las habilidades de horror corporal y horror atmosférico que Muschietti había demostrado en el primer episodio. Lo triste del asunto es que para llegar a esa media hora final el público debe recorrer dos horas y media de inconsecuencias, sinsentidos, chistes pésimos insertados con calzador, y un desarrollo emotivo completamente inexistente, que en lugar de funcionar como una preparación para el clímax genera hartazgo e indiferencia ante la suerte de esos amigos que, sin lugar a dudas, eran mil veces más interesantes de niños.

Por si fuera poco, dado que Stephen King ideó para la novela original un final literalmente infilmable por su complejo horror cósmico y por sus demenciales implicaciones sexuales, Dauberman inventa una conclusión que, a pesar de los esfuerzos grandilocuentes de la construcción estilística de Muschietti, brilla por su torpeza al dejar una cantidad verdaderamente desproporcionada de cabos sueltos y caminos argumentales desperdiciados.

En fin. Si no han visto esta segunda parte les recomiendo autoconvencerse de que It murió en esa primera cinta de sutilezas y aciertos terroríficos. Les regalo tres horas más de vida, aprovéchenlas en algo útil.

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