Howl (2010)

La palabra es el arma más poderosa que tiene el ser humano. Es gracias a esa habilidad, que permite transmitir con sonidos o manchas de tinta placeres gloriosos o aberrantes infiernos, que el hombre ha conseguido su evolución intelectual y social. Sin embargo, a pesar de que todos los seres humanos son capaces de utilizar la palabra, muy pocos poseen la capacidad de esgrimirla para transmitir algo verdaderamente trascendente.

Howl es la biografía de uno de los poemas más importantes del siglo pasado, obra que se convertiría en la bandera de una generación de escritores norteamericanos conocida como la generación beat y que transformaría a su autor, Allen Ginsberg, en uno de los poetas más connotados del siglo XX.
Perceptible es el amor y la admiración que los documentalistas Rob Epstein y Jeffrey Friedman, directores del filme, sienten por Ginsberg y por la que es considerada su obra cumbre, que como muchas veces ocurre dentro del mundo de la poesía es también su primer trabajo publicado.
El hilo conductor principal de la película relata el juicio que se hizo al dueño de la editorial que publicó el poema, quien por la fuerte carga erótica y altisonante del libro fue acusado por el estado bajo el cargo de distribuir material obsceno. De forma simultánea a la querella, se intercalan dos niveles narrativos secundarios compuestos por reconstrucciones de entrevistas hechas a Ginsberg, que contextualizan y pintan un fascinante retrato del artista, y por una declamación del poema que se ilustra mediante secuencias de animación creadas por John Hays.
Howl es de esos filmes que gradualmente toman fuerza y que a lo largo del metraje compensan sus errores iniciales, que en el caso de esta cinta no son pocos, ya que la personificación que hace James Franco de Ginsberg inicialmente se percibe completamente fuera de lugar, e incluso la primera declamación, que es acompañada también por los peores segmentos animados, podría generar que algunos decidan abandonar la sala. Sin embargo, por alguna misteriosa razón, llega un punto en el que todo comienza a encajar a la perfección y Franco toma las riendas del papel, entregando una interpretación poderosa del poeta, cuya obra termina declamando como si la hubiera estudiado durante toda su vida.
Fuera del anecdotario del juicio, que resulta interesante a pesar de la caricaturización que se hace de los acusadores, Howl merece ser vista por el trabajo de James Franco y por el énfasis que hacen los directores en la poesía de Ginsberg, enfoque que evidentemente resulta arriesgado porque el espectador promedio no va al cine para que le reciten poesía, pero que permite contextualizar muchos de los pasajes de la obra, así como sucumbir ante el talento de esas mentes brillantes que fueron destruidas por la locura.

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