Holy Motors (2012)

El goce artístico continúa siendo hasta nuestros días uno de los mas grandes misterios de la humanidad. Esa inclinación obsesiva que tiene el hombre por crear un producto capaz de transmitir algo tan intangible como un sentimiento, ha alcanzado su máximo exponente en la poesía, la cual llega a ser capaz de evocar, con la economía de unas cuantas palabras y evitando incluso cualquier contextualización o discurso narrativo, sensaciones viscerales y fisiológicas de una violencia y profundidad que en muy contadas ocasiones se consiguen a través de otras manifestaciones artísticas. 


Holy Motors, la nueva película del director francés Leos Carax, comulga mucho más en intenciones y en estructura con la poesía que con el cine, elaborando una experiencia audiovisual absolutamente alucinante, que rechaza los convencionalismos y los códigos de la creación cinematográfica, para confrontar al espectador con un collage de historias creadas a partir de emociones primarias, las cuales pueden interpretarse como metáforas de un sinfín de conductas humanas o sociales, pero que en el fondo buscan conectarse más con el inconsciente del espectador que con la parte racional y consciente de su intelecto.

Carax abre su obra colocándose frente a la cámara como maestro de ceremonias, en el papel de un sonámbulo que, de forma ritualística, conduce al espectador a través de una puerta que conecta, desafiando toda lógica, su austera habitación con la parte alta de un cine repleto por el que se pasea una majestuosa pantera negra. La secuencia, que funciona como una especia de advertencia de Carax, inmediatamente le da a entender al espectador que lo que va a presenciar no será, ni remotamente, algo ordinario.

El hilo conductor de Holy Motors, que le transmite al público la falsa ilusión de que está viendo algo con cierta coherencia argumental, y que de alguna forma lo mantiene esperando que todas sus preguntas se resuelvan por arte de magia en un apoteósico final, retrata un día en la vida de monsieur Oscar, un hombre aparentemente adinerado, que trabaja para una compañía que lo obliga, día tras día, a disfrazarse de un grupo de personajes, cuyo objetivo es interactuar en el mundo real de acuerdo a una serie de meticulosas instrucciones.

Es mediante esa frágil excusa narrativa que Carax arma un conjunto de secuencias, casi todas maravillosas, las cuales hurgan en la cotidianeidad del ser humano, mientras se mezclan con un realismo mágico-poético que básicamente funge como metáfora de cualquier cosa que el espectador traiga en su propio imaginario inconsciente.

Bamboleándose entre lo ordinario, lo extraordinario, lo delicado y lo grotesco, Carax construye una confusa pero profundamente disfrutable pieza de arte conceptual, que mezcla con éxito esos cuatro puntos cardinales estéticos y emocionales en cada una de las microhistorias, consiguiendo apelar y despertar, para bien o para mal, al centro visceral de cualquier tipo de espectador.


Un auténtico despliegue de versatilidad y fuerza histriónica hacen que Denis Lavant se apodere por completo del filme, transformándose, a lo largo de un paseo en limusina de casi 24 horas, en un banquero, un asesino, un preocupado padre de familia e incluso reviviendo a ese peculiar personaje que Carax había moldeado en el segmento que compuso para la cinta Tokyo!, de nombre Monsieur Merde, el cual fue una de las inspiraciones primigenias para la conceptualización de este demencial viaje surrealista.

Holy Motors en gran medida se siente como un juego de Carax, pero no desde el entretenimiento irresponsable e irreflexivo, sino a partir de la fluidez y el gozo con el que el director francés hace estallar esta avalancha del absurdo en pantalla. Una avalancha que trata de todo y a la vez de nada, esperando a que el juicio del espectador termine por dar significado a ese cúmulo de historias, de escenas y de emociones inconexas, que se unen a través del roadtrip que el personaje principal hace en una limusina enorme, majestuosa, pero destinada al olvido, del mismo modo que nuestra propia existencia.

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