Como si de una enfermedad se tratara, el cine del siglo XXI tiene una marcada fobia a la sencillez argumental y visual. Esa competencia mediante la que los escritores se devanan los sesos en busca del más descabellado giro narrativo, sin importar cuan excesivo, ridículo o incongruente pueda resultar el desarrollo del filme, ha generado que el adjetivo “simple” se convierta en una característica abominada por el cine moderno de entretenimiento masivo, repleto siempre de antecedentes, de teorías tan inconsistentes como sobre explicadas y de ese patológico deseo por epatar de la forma más forzada posible.
Encerrado como una bestia durante 15 años en un hospital psiquiátrico, sin pronunciar una sola palabra y reviviendo una y otra vez en su mente el recuerdo del funesto crimen, ese culmen del villano absoluto e indescifrable consigue escapar con la única intensión de volver a la casa que lo vio nacer, para reencontrarse con una realidad que él cree intacta y así experimentar, en un loop interminable, el día de halloween y el inmenso placer de ver a su hermana caer bajo la hoja de su cuchillo.
Carpenter revoluciona el género de horror slasher con esta maravillosa cinta que no sólo dibuja a uno de los villanos más cruentos que haya visto la pantalla grande, sino que desarrolla una estructura narrativa tan efectiva que aún en nuestros días sigue replicándose con pasmosa similitud, tomándose muchas veces prestados tanto el núcleo de la trama como el conjunto de códigos que Carpenter desarrolla para desatar un nivel de insoportable tensión en la audiencia, la cual, horrorizada, verá como Myers, sin recato alguno y a plena luz del día, acosará a la casi infantil Jamie Lee Curtis en una extraordinaria anticipación de la brutal cacería que se desatará durante la noche.
Una vez más es el sexo el principal motivador de la maldad: el acto impuro que impulsa a Myers a convertirse en una especie de ángel guardián de la virtud, asesinando a todos aquellos que tengan inclinaciones a ese placer que la cultura occidental nunca ha cesado de satanizar. Sin embargo, de forma irónica, el expiador enmascarado encuentra su principal adversario en el personaje de Curtis, quien encarna a la represión sexual más absoluta y que, mediante la liberación catártica de sus pulsiones reprimidas, consigue hacer frente al malvado villano.
Filmada con un presupuesto de apenas $320,000 dólares, la cinta reventó las taquillas hasta conseguir un total de 70 millones de dólares a nivel internacional, convirtiendo a Carpenter y a Myers en auténticas celebridades mediáticas y desatando una campaña de gritos desaforados en los cines norteamericanos. Gritos que aún hoy, cuando vemos a Myers levantarse lenta y casi ritualísticamente a espaldas de Jamie Lee Curtis, acercándose silenciosamente con esa máscara, cuchillo en mano, en una toma que es la perfecta antítesis del horror de sobresalto, nos son imposibles de contener.