“Creo que la constante del Universo no es la armonía, sino el caos, la hostilidad y el asesinato.” Declara Werner Herzog con esa inconfundible voz que distorsiona el idioma inglés a través de un intenso acento alemán, creando un lenguaje melódicamente extraterrestre, hipnótico y perfectamente entonado. La demoledora afirmación, mediante la que Herzog discrepa con su personaje principal, lo saca de ese rol de documentalista imparcial y objetivo, para mostrarle a su público que nunca podrá ostentar dicho papel, precisamente porque sus documentales no son simples exposiciones de hechos, sino la reinterpretación de una historia filtrada a través de la cabeza de uno de los directores más sobresalientes de la historia.
Enamorado del concepto de un hombre que decide, tras sufrir una serie de graves problemas personales, abandonar su lugar en la sociedad para vivir con los osos Grizzly en una reserva natural ubicada en Alaska, Herzog se embarca, tras la cruenta muerte del personaje, en la elaboración de un apasionante documental que trata de comprender los motivos que orillan a un hombre a cortar cualquier lazo social, renunciando a una de las principales características definitorias del ser humano.
Desde un inicio las cartas se colocan sobre la mesa sin reparos, definiendo con gran rapidez la trama general de la historia, en la que un “loco” decide abandonarlo todo para dedicar lo que le queda de vida a estudiar el comportamiento de los osos Grizzly, viviendo con ellos en una pequeña tienda de campaña durante la mitad del año y viajando durante los meses restantes, cuando los osos hibernan, para dar charlas de concientización ecológica a niños. Rutina que se ve truncada el día en que pierde la vida de forma violenta en la reserva natural.
Herzog decide exponer de forma concisa y rápida los datos duros de la historia, ya que el meollo dramático de la cinta, como en la vida misma, no se construye a través de los grandes eventos puntuales, sino de los detalles que gradualmente condicionan la aparición de dichos eventos cruciales. Es con esa filosofía narrativa que se desarrolla una maravillosa atmósfera de misterio, no basada en el desenlace revelado desde un inicio, sino en la delicada cadena de relaciones humanas y complejos procesos psíquicos que conformaban la caótica personalidad de Timothy Treadwell, el hombre Grizzly.
Mediante la perenne voz en off de Herzog, en combinación con la sugerente narrativa creada a través de las entrevistas que éste hace a familiares, amigos y parejas del apasionante personaje principal, cada uno de los hechos es reinterpretado por la minuciosa y poética mente del director alemán, quien conduce con una emotividad devastadora al espectador a través de una gran cantidad de conjeturas y suposiciones veladas, que además de retratar con maestría la personalidad de Treadwell, funcionan como un catalizador filosófico para que Herzog estalle en invaluables momentos de belleza retórica, los cuales, al intercalarse con la brillante edición de las grabaciones mediante las que Treadwell documentaba sus viajes, devienen en una experiencia fílmica inmejorable.
Profundamente conmovedora y desgarradora, Grizzly Man es una película extraordinaria que le abre al espectador una gran cantidad de frentes de reflexión, replanteando el valor positivo y negativo de la interacción social entre humanos, el profundo poder de intervención que el hombre tiene sobre la naturaleza y el contraste con el dominio que ésta tiene sobre la humanidad, que a pesar de sentirse dueña de su entorno, olvida lo efímero e insignificante de su permanencia en la tierra.