Alcohólico, mujeriego, violento, fumador compulsivo y desquiciado irreverente, adjetivos con los que nadie catalogaría a un héroe, sin embargo Serge Gainsbourg es, a pesar de todo esto, un héroe para la canción popular francesa y para la música en general.
En su debut como director, Joann Sfar juega de forma innovadora y acertada con la vida de Lucien Gainsbourg, compositor judío de canciones populares, que posteriormente se cambiaría el nombre a Serge y vería su fama catapultada al escribir canciones para Brigitte Bardot, para posteriormente sumergirse en una serie de escándalos, que en muchas ocasiones opacarían su talento compositivo, pero que le ayudarían a conseguir la inspiración necesaria para crear algunas de sus obras más emblemáticas.
Sfar mezcla todos los hechos históricos con el clásico realismo mágico que ha caracterizado a muchos de los filmes franceses de los últimos años, por fortuna este aspecto de la cinta se maneja con mucha habilidad y nunca toma demasiado protagonismo, evitando resultados típicos de esta clase de recurso narrativo, que muchas veces resultan contraproducentes.
El peso de toda la cinta recae, como era de esperarse, en los hombros del actor francés Eric Elmosnino, que con su asombroso parecido a Gainsbourg y su gran habilidad interpretativa, cumple con creces las expectativas de la cinta, permitiendo que el espectador olvide que está viendo una dramatización y no al verdadero cantautor. De igual forma el resto del elenco funciona a la perfección, con una estupenda Briggite Bardot, interpretada por Laetitia Casta y con una larga lista de personalidades, entre las que incluso se cuela Claude Chabrol en un cameo como el productor de Gainsbourg.
El soundtrack, compuesto evidentemente por adaptaciones orquestadas e interpretaciones de las canciones de Gainsbourg, es una buena muestra de la obra del artista, así como del talento vocal de Eric Elmosnino, que canta a la perfección muchos de los temas clásicos de Serge.
Vie héroïque es un estupendo acercamiento a la psique de aquellos artistas que viven para destruirse y que centran su flujo creativo en el placer que les provoca ver esa autodestrucción. Gainsbourg es sólo uno de muchos ejemplos de este comportamiento que muchas veces resulta inexorable y al igual que ellos, nosotros también disfrutamos y fantaseamos al verlos caer.