Hay algo inevitablemente poético en la figura del perdedor: ese ser que vive, trata y falla, una y otra vez, hasta esfumarse anónimo e inconsecuente del mundo. Solemos obviar el tema, pero las numerosas epopeyas de gloriosos perdedores en cuyos horizontes sólo se divisa el fracaso, suelen evocarnos la continua lucha que vivimos día a día y el terror de descubrirnos reflejados hasta cierto punto en ellas. De ahí que la conexión emocional con el destino fílmico del perdedor sea total, y el deseo de encontrar cuando menos un atisbo de esperanza al finalizar la cinta (atisbo que extrapolaremos a nuestra vida para poder decir que “al menos encontró el amor”, “al menos recuperó la amistad”, o “al menos apreció los pequeños pero hermosos detalles de la vida”), sea indispensable para no pasar el resto del día sumergidos en una profunda depresión.
El meollo de la trama se activa cuando por mera casualidad, Jon, interpretado por el poco agraciado y bastante plano Domhnall Gleeson, conoce a la banda de Frank, un hombre con un fuerte trastorno de personalidad que lo obliga a ocultar su rostro bajo una gran cabeza de fibra de vidrio, y que funge como vocalista de los Soronprfbs, banda cuasi post-punk, integrada por un grupo de inadaptados con antecedentes psiquiátricos. Como podrá esperar el espectador, Jon ve en ellos la posibilidad de trascender y lo deja todo para recluirse junto con la banda en una cabaña donde grabarán su primer disco.
Inicialmente pensada como un evidente homenaje a Chris Sievey y a su personaje cómico Frank Sidebottom, quien utilizaba en sus apariciones una cabeza de fibra de vidrio muy similar a la que cubre el rostro del en esta ocasión impresionante Michael Fassbender, y cuyo acto consistía en interpretar canciones atroces sin el menor dejo de autocrítica, el filme fue evolucionando gradualmente hasta convertirse en una ficción alejada hasta cierto punto del personaje de Frank Sidebottom, que funciona como una alegoría de esa fama del siglo XXI impulsada por la inmediatez de las redes sociales, pero ulteriormente efímera y extremadamente frágil.
Contenida y atípicamente cerebral en un principio, la psique del personaje de Michael Fassbender comienza a descomponerse conforme los primeros indicios de fama modifican su visión original de la banda, convirtiéndose el filme en una extraordinaria cátedra de interpretación física por parte del actor de origen irlandés quien, a pesar de tener anuladas por completo sus facciones, consigue transmitir con asombrosa expresividad los diversos estados de decadencia por los que atraviesa su personaje a lo largo del metraje.
Modesto ejercicio fílmico con algunas escenas de interesante factura (véase la estupenda secuencia final que bien vale la entrada al cine), Frank brilla únicamente por las estupendas actuaciones de Michael Fassbender y Maggie Gyllenhaal (miembro de la banda y eterna enamorada de Frank), quienes sin lugar a dudas merecían un mejor guion y una dirección con mayor intencionalidad. A pesar de todo, el filme merece revisarse, aunque sólo sea por la magnífica clase interpretativa que le regalan al público sus dos hermosos perdedores protagónicos.