No suelo ser un hombre de comedias. De forma inmediata, la sola idea de sentarme durante dos horas a ver un producto prediseñado para hacer reír me causa conflicto. Sin embargo, este aparente rechazo no es porque considere a la comedia como un género inferior al drama, al terror, al documental, etc. Nada más lejos de la realidad. El meollo del asunto se centra en que, en un atrevimiento absolutista, pienso que la comedia es el género más complejo en cuanto a la conexión que pueda desarrollar con un ser humano en particular y, por desgracia, es abordada con espantosa frecuencia a través del pastelazo fácil, de la vulgaridad sin sentido o, en el peor de los casos, de la incesante repetición de gags que funcionaron bien hace más de cinco décadas.
Queda claro que existe un gran nicho de gente a la que el humor burdo, irreflexivo y de repetición, consigue generarles esa risa espasmódica e incontrolable que marca el tope insuperable de la interacción entre comedia y espectador, sin embargo, existe otro nicho de mercado, dentro del que me incluyo, que usualmente sale decepcionado de los escarceos que la industria cinematográfica tiene con el fino arte del humor.
En un intento por dejar mis prejuicios a un lado, decidí buscar algunos clásicos modernos de la comedia cinematográfica, validados cuando menos por una década de antigüedad, con el objetivo de encontrar un producto que pudiera apelar a un gran número de personas (factor que puede deducirse del éxito en taquilla) y que al mismo tiempo consiguiera tirar por la borda mi irreconciliable batalla contra la comedia popular.
Todos los caminos me llevaban a Four Weddings and a Funeral, filme inglés dirigido por Mike Newell (Harry Potter and the Goblet of Fire) y escrito por Richard Curtis, el guionista cómico más exitoso de Inglaterra, cuyo currículum vítae incluye Notting Hill, Bridget Jones’s Diary, Love Actually, y otras obras que aparentemente tienen oleadas de seguidores dispuestos a verlas una y otra vez sin descanso.
Four Weddings and a Funeral, como bien lo resume su título, presenta cinco viñetas ordenadas cronológicamente, en las que un grupo de amigos solteros, reunidos para cada uno de los cinco eventos mencionados, discurrirán sobre las dificultades asociadas a encontrar el amor verdadero, tomando como leitmotiv la relación entre los personajes de Hugh Grant, quien interpreta el papel de humano simplón, adorable, y con perfect british accent, que marcaría desde entonces su carrera, y Andie MacDowell, una chica que, por azares del destino, formará parte de todos y cada uno de los eventos, conquistando un poco más con cada aparición el corazón de Grant.
A primera vista, el planteamiento ideado por Richard Curtis suena como el sueño de cualquier productor cinematográfico, una historia que gasta casi la totalidad de su metraje en bodas, las cuales no han sido escritas por Lars von Trier, y que cuentan con la participación de un sólido reparto secundario, al que, por si fuera poco, se le añade un protagonista encantador, que para ese entonces tenía como su éxito más conocido a Bitter Moon, de Polanski, y que, sin saberlo, estaba a punto de hacer el papel de su vida. ¿Probabilidad de éxito? Toda.
Four Weddings and a Funeral es una cinta que, si bien utiliza una trama sencilla y predecible, se convierte gradualmente en una experiencia muy placentera, que reutiliza los clichés más vistos de la comedia romántica, y los transforma, mediante sutilezas y anécdotas genuinamente divertidas, en un producto cargado de buenas intenciones que terminan llevándose a buen término, cumpliendo con creces lo prometido en su premisa.
No soy un hombre de comedias, sin embargo, Four Weddings and a Funeral consiguió dejarme completamente satisfecho, no sólo ante su historia o sus sencillos pero efectivos gags, sino ante la idea de que esta cinta contiene en su metraje las pistas para la creación del hit cinematográfico perfecto, y lograr eso, queridos lectores, no es nada sencillo.