La disección de los mecanismos psíquicos que forman (y deforman) a las relaciones de pareja, se ha convertido en uno de los leitmotivs más recurrentes de la historia del cine. Cineastas tan variopintos como Godard, Kubrick, Bergman, Cassavetes, Allen, etc, han aportado con sus respectivas filmografías piezas cruciales dentro del interminable rompecabezas emocional de la vida en pareja, ese fenómeno que no cesa de mutar tanto con el paso del tiempo como con la ubicación geográfica, y que continúa siendo analizado año tras año, ya sea desde la comedia más simplona o desde el drama más impenetrable, por una miríada de creadores fílmicos.
Una familia sueca decide pasar cinco días en un lujoso hotel de los Alpes franceses, con la idea de dejar de lado la apretada agenda de Tomas (el padre), quien intentará desconectarse de su demandante trabajo para pasar tiempo con su esposa y sus hijos, a quienes prácticamente nunca ve. La dinámica queda rápidamente establecida y de inmediato asimilamos que la esposa es una madre abnegada y sexualmente frustrada, que debe sobrellevar por el bien común el trabajo de su marido y soportar en solitario el agobiante peso de la maternidad, mientras los dos hijos intentan sobrevivir a una dinámica familiar cargada de dudas y reproches velados.
Prefiriendo en lugar de la desgracia catártica el difícil camino de la inteligencia narrativa y del descubrimiento sutil de las emociones a través de la cotidianidad, Östlund introduce el conflicto principal del filme en forma de una avalancha controlada que asalta el restaurante al aire libre donde come la familia protagónica. En una maravillosa secuencia donde la alegría de ver la avalancha desde un lugar seguro se transforma en terror tras ver que ésta sigue avanzando con fuerza hacia el restaurante, Östlund muestra sus dotes como director, en ese maravilloso caos momentáneo en el que Tomas, interpretado de forma brillante por Johannes Kuhnke, presa del pánico, decide salir corriendo sin preocuparse en absoluto por sus hijos y su esposa, quienes permanecen en la mesa esperando la gran ola blanca que finalmente se estrella como una tenue neblina en el local.
El incidente, que bien podía haber quedado como un acontecimiento intrascendente digno de algunas risas, comienza a erosionar poco a poco la psique de la esposa de Tomas, a quien da vida una inspiradísima Lisa Loven Kongsli, desatándose una sutil crisis de alejamiento entre ambos, donde Östlund consigue representar con maestría, utilizando como herramienta la intervención de una hilarante pareja secundaria, los mecanismos de transferencia de culpa, maltrato psicológico y finalmente poder, que se manifiestan una y otra vez en esa pugna a la que llamamos amor.
La cámara de Fredrik Wenzel: sobria, desprovista de florituras formales, pero profundamente efectiva, se vale de los hermosos paisajes alpinos, del gigantesco hotel de madera, y de la hasta cierto punto melancólica rutina de preparación de las pistas de esquí, para enmarcar con gran habilidad a esos personajes que, incapaces de conectar entre ellos en la comodidad de su hogar, dependen de ese aislamiento total para convivir, en un intento desesperado por crear la falsa rutina familiar occidental de felicidad y armonía que, tan artificial como ese hotel en medio de la nada, Östlund se dedica a confrontar.
Al final Force Majeure es un brillante juego de máscaras, en el que sus personajes interpretan burdos roles para conservar las rutinas que creen los validan como seres humanos, hasta que hechos fortuitos los exponen como los animales vulnerables y volubles que son. Östlund, que de inmediato se muestra como un director/guionista de abrumador talento y con mucho futuro por delante, ha creado uno de los estudios más extraordinarios que se han hecho sobre la institución del matrimonio en el siglo XXI. Aplausos.